domingo, noviembre 24, 2024
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Al alba

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Llegamos a casa rozando el alba. Nos lo habíamos pasado realmente bien con nuestros amigos. Reímos, bailamos y bebimos durante toda la noche. Nos costó bastante dar con la llave en la cerradura y eso nos provocó más risas. Estaba pálido, con el pelo revuelto y un cigarrillo meciéndose vertiginosamente entre sus labios. Aún así, me resultaba tremendamente atractivo. Y yo con los ojos vidriosos, el maquillaje gastado y con el abrigo arrastrándose por el suelo debía dar una imagen nada apetecible.

Caímos como dos losas sobre la cama, mirando hacia el techo de la habitación mientras nos reíamos recordando la noche. Acordamos que era imprescindible que él tomara clases de baile porque no sabe lo que es el ritmo ni la coordinación pies-cadera-música. Por mi parte dejaría de creerme una experta en el arte de la seducción, a través del movimiento insinuante de mi trasero al compás de la música.

Se levantó de un brinco y se fue hacia la cocina dando unos pasitos al peor estilo Fred Astaire. Volvió con una copa de agua cargada de hielo y limón. Se sentó al borde de la cama y me pidió que me desnudase lentamente. Me miraba mientras bebía a sorbos cortos. Y entre sorbo y sorbo me daba agua de su boca. Me quedé en ropa interior y me dijo que no me descubriese más. Me quité el coletero y atusé mi pelo, dejándolo caer sobre mis hombros. De pie frente a él, agarró fuertemente mis nalgas contra sí y comenzó a lamer mis braguitas. Separó levemente mis piernas y las recorrió con uno de los hielos, recogiendo las gotas con su lengua. Con el frío del hielo y el calor de su aliento, mis pechos se tornaron duros. Los masajeé friccionando uno contra otro. El roce de mis pezones con el encaje me excitaba. Puso sus manos en mi cintura y dibujó con ellas la curva hasta mis caderas. Besó mi vientre y mi pubis, hirviéndome la sangre. Lo comprobó deslizando dos dedos entre mis labios, que sacó empapados de mi jugo.

Fue entonces cuando se desnudó y mostró su magnífica erección. Lo cogí entre mis manos, acariciándolo como si fuera una seda, con movimientos delicados y melosos. Recibiéndolo con mi lengua cada vez que se acercaba a ella. Relamiéndolo como lo hacen los gatos. Sintiendo el hinchazón de las venas entre mis dedos. El fluir de la sangre y la tensión de su músculo entre mis manos. Presioné levemente su glande provocando un quejido de placer que brotó de su garganta. Mi lengua viajaba por  cada pliegue. Sintiendo la rugosidad de sus testículos. Envolviéndolos entre mis lujuriosos e insaciables labios, esperando que los regase con su savia. Cada  vez que mi boca succionaba con más ímpetu su erección se volvía más intensa. Paré unos segundos. Empujé  la piel hacia su pubis y comencé a mordisquearlo de abajo hacia arriba. Perfilando círculos, con mi lengua, alrededor de su bálano. Cogió mi pelo como una rienda mientras me pedía que galopase con la lengua y los labios. Echó hacia atrás su cabeza y con sacudidas penetrantes anegó mi paladar y mi garganta con su néctar. Mis dedos pringosos de su líquido caliente y mantecoso hurgaron aceleradamente mi sexo. Derritiéndome en ellos instantes después.

Impregnada de erotismo, alcohol  y claqué, me perdí en los brazos de Morfeo.

Memorias de una libertina

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