Resulta, cuando menos, inquietante el contraste entre las prisas que le han entrado a Miguel Arias Cañete sobre la cesión de poderes, y la calma con que Rajoy parece que va a tomarse el contarle al país lo que le escatimó durante la campaña: que tiene previsto hacer para calmar la voracidad de los mercados y empezar a sacarnos de esta espesísima y oscura crisis que nos ahoga.
Arias Cañete, pese a ser un ilustrísimo abogado del Estado, parece no estar muy al tanto ni de las leyes ni de la lógica. Las primeras, marcando con claridad las pautas que deben seguirse para llevar a cabo las transferencias, y la lógica que nos indica que las cosas hay que hacerlas bien, de manera ordenada, eficaz, transparente y leal.
A contrario sensu, Mariano Rajoy pretende -¿Cómo no?- tomarse su tiempo.
Según afirma María Dolores de Cospedal, hasta el día de la investidura, o sea hasta dentro de un mes más o menos, no va a desvelar definitivamente el programa. Y ni la más mínima señal, tampoco, sobre quién va a ser se cerebro económico. Nada de nada.
Sus allegados apelan a ese «vísteme despacio que tengo prisa» que el talento y el talante de Rajoy parece haber grabado en el frontispicio de sus decisiones, y que ciertamente, hasta el día de hoy, no le está dando malos resultados.
Pero una cosa es la ambigüedad calculada en campaña, comprensible en función de su temor a atemorizar, y otra muy distinta el que, con el omnímodo poder que ha acumulado, pierda tiempo a la hora de tranquilizar a unos mercados que día a día están sangrando al país. Recordemos que en la subasta del martes el Tesoro pagó más intereses de los que abona Grecia.
Los mercados necesitan señales, Europa necesita señales, España y los españoles necesitan señales. Y hay que darse prisa porque los retrasos cuestan carísimos. Se acabó el tiempo del miedo a perder votos, ya los tiene todos, de lo único que hay que escapar ahora es -como diría uno de sus predecesores- del miedo al miedo.
Los españoles sabían que, a pesar de las afirmaciones electoralistas de que a su llegada se vería la luz al final del túnel, la longitud de este túnel es demasiado larga para que, a corto plazo, se vislumbre ninguna claridad. Desgraciadamente no había brotes verdes, ni los hay, ni los habrá en mucho tiempo. Lo que si hay es una imperiosa necesidad de que se desvelen prioridades y se planteen aquellas medidas necesarias y trascendentes para el futuro de nuestra economía.
Sin saltarse la ley, como pretende Cañete, pero sin sestear con las señales. Deprisa, deprisa…
Victoria Lafora