domingo, noviembre 24, 2024
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El alma en pena de Zapatero

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En estos días de relevo, el presidente «en funciones» (como gusta remarcar el PP, pese a seguir siéndolo a todos los efectos legales) anda de acá para allá como alma en pena. Su expresión delata cierta perplejidad, como si aún no se explicara lo que ha pasado, pero también un abatimiento profundo. Nadie puede negar a estas alturas que su segunda legislatura ha sido catastrófica, pero de ahí a la matraca de la caverna, que si se ha cargado España, que si él solo ha fabricado los cinco millones de trabajadores en paro, media un abismo. Imbuido de ambiciosos y bellos proyectos políticos, la Alianza de las Civilizaciones, la cauterización de las heridas de la Guerra que permanecían abiertas, la salud pública, la igualdad entre hombres y mujeres o la educación cívica, se asustó pronto del efecto de que esos propósitos elementales provocaban en la reacción, que, haciendo de sobra honor a su nombre, reaccionó violentísimamente. Se terminó de desarbolar cuando el dinero le recordó quién manda de verdad en España, en Europa y en el mundo.

Bien es cierto que le faltó capacidad para consolidar una política duradera y, sobre todo, para explicar a la gente, bien explicada, la necesidad de sus propuestas, muchas de ellas puestas en razón y precisas para la higiene de la vida democrática, pero también lo es que, además de intentos malogrados, consiguió algunos éxitos para la mejora de la sociedad española: la Ley de Tráfico y el carnet por puntos, con cuya firme aplicación se han salvado miles de vidas, la retirada de los símbolos franquistas de la vía pública, con lo que se ganó enormemente en moralidad y decoro, la lucha contra ETA, o, si apuramos un poco, la ley anti-tabaco, bien que pese a contener algunos excesos. A las leyes de Dependencia o contra la violencia doméstica, pese a sus buenas intenciones, no cabría, sin embargo, incluir en esta relación, pues no se lograron los objetivos que con ellas se perseguían.

Ahora que Zapatero es un político caído, y que las urnas se han expresado, no creo que a nadie ofenda reconocer sus méritos, pocos, pero méritos. Claro que lo mejor de él no era un mérito exactamente, sino que lo traía de serie: no era, no fue nunca, Aznar.

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Rafael Torres

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