Ya se han celebrado. En mi colaboración de la semana pasada, días antes de las elecciones generales convocadas para el 20 de noviembre, indicaba qué es lo que le pediría yo al candidato vencedor. Ya hay candidato vencedor. Ya hay resultados electorales. ¿Mi opinión?
De entrada, me sorprendí mucho. Por varias razones. Señalaré solamente las más sobresalientes. Me asombró muchísimo que, con la que está cayendo y tras ocho años de una nefasta gestión -de entre lo cuáles los últimos son una verdadera antología del disparate-, casi siete millones de españoles siguiesen confiando en el PSOE. Y me llamó poderosamente la atención el hecho de que el PP, después de la que ha caído, sólo superase en unos quinientos cincuenta mil votos sus resultados del año 2008.
Mi anterior sorpresa de un parecido calibre fue la del año 2004, cuando un Partido que llevaba ocho años alcanzando notables éxitos, sobre todo en el terreno económico – que, según los “media”, es siempre el factor determinante en unas elecciones-, y cuya victoria todos daban por supuesta, lo perdiera todo en dos días por un atentando feroz sobre cuya autoría, motivos, responsables, trampas y misterios nadie podía decir nada en tan poquísimo tiempo.
Bastan estos tres hechos para que se hayan multiplicado en mí las dudas que siempre he alentado sobre el acierto del “pueblo” a la hora de elegir a sus gobernantes. Conozco la tesis según la cual el pueblo no entiende, no sabe, es fácilmente ilusionable o engañable, y el sistema de confiarle cada cierto tiempo su propio futuro presenta muchos puntos débiles. Conozco igualmente la opinión de que el pueblo acierta las más de las veces, porque percibe intuitivamente lo que necesita y actúa en consecuencia, sin saber explicar el por qué pero sintiéndolo en su propia carne.
No voy a resolver ahora ese dilema; apuntadas quedan mis sorpresas ante situaciones reales muy difícilmente explicables. Y, ya puestos, voy a tratar de analizar una de éstas: la de los 186 diputados del PP.
De entrada no me pareció un buen resultado. Para la que se les viene encima -que sí que se le viene- les hubiera hecho falta alcanzar una cifra bastante superior. Ellos mismos lo esperaban; todos lo creían. Y ellos y todos se pasaron de largo. No es que no sea una mayoría absoluta; lo es, y basta matemáticamente para abordar todo lo que hay que abordar. Pero no es el triunfo apabullante que convenía mucho para acometer reformas durísimas, que en todo caso son imprescindibles, y que se acometerían -de disponer de doce millones de vosotros- con una confianza y una fuerza de la que ahora se carece. O sea: mi primer sentimiento fue el de que se trataba de un resultado corto.
Pero he seguido pensando. Y me he preguntado: ¿dónde está el millón largo de votos que le han faltado al PP? No han votado al PSOE, ni a los nacionalistas. Algunos, poquísimos, tal vez a Álvarez Cascos, algunos más a Rosa Díez. Pero con eso no alcanzamos ni de lejos el millón de más que hacía falta. ¿Dónde está ese millón? Dentro del treinta por ciento de abstenciones, tal es la única explicación.
He aquí una primera consecuencia: el famoso voto cautivo de la derecha -votarán al PP porque no tienen otra opción, he oído decir mil veces- ya no es tan cautivo. Se ha abstenido; es decir, le ha dicho al PP: no vamos a daros un cheque en blanco. Os votarán todos los que se conforman con que se resuelva -cuando se pueda, que esa es otra- la crisis económica. Pero hay otras muchas crisis: la de la ética, la de la libertad, la de la educación, la de la familia, la de la justicia manipulada, la de los okupas y los indignados, la de la desmembración del país, la de la sanidad gratis para quienes no cotizan a costa de quienes cotizamos, la de la falsificada memoria histórica, la de la credibilidad de las autoridades, la de la transparencia…, tantas otras crisis que hay que afrontar y resolver.
¿Vais a resolverlas? pregunta ese millón de abstenciones. Son mucho más rápida y fácilmente afrontables que la crisis económica. Comprendemos que no os hayáis comprometido mucho antes del 20.N. La prudencia es la madre de la ciencia. Pero por eso -están diciendo- os esperamos con nuestro voto en el aire. No os damos 200 diputados; con 186 ya podéis. Afrontad también estos problemas, a la vista de todos, sin temor, con la audacia que la situación os exige. Entonces habréis ganado la confianza de los que se han quedado a la espera.
Y, así, me he convencido de que ese resultado de 186 diputados -más que suficiente para gobernar, pero no un cheque en blanco, y que a la baja podría evaporarse si tuviese lugar una pérdida de votos incluso moderada- es un buen resultado. Porque impide dormirse y obliga a muchas cosas. Las que deseamos y esperamos.
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Alberto de la Hera