¿Qué destino reserva Rajoy al infante terrible del Partido Popular? Ruiz Gallardón, tan cotizado siempre, se ha guarecido muchos inviernos en la cueva del centrismo y ahora se dispone a cazar la pieza del poder. En plena transición, su padrino político Manuel Fraga, invitaba a cenar a un grupo de periodistas que se reunía en un restaurante madrileño enclavado en el barrio de las Maravillas. A los postres, Fraga oficiaba un ritual gallego mezclando en un barreño cerámico orujo, mucho azúcar y esencias que solo conocía él. Después prendía fuego y aquel brebaje ardía hasta que se evaporaba el alcohol. Armado con un cazo, Fraga se escanciaba una y otra vez el bebedizo mientras pronunciaba conjuras ininteligibles. Ciertamente nunca se le ha entendido muy bien. En uno de aquellos aquelarres conocí a Alberto Ruiz Gallardón, acompañaba a su padre, don José María, un político conservador, monárquico, amante de la buena vida, tertuliano cultísimo e infatigable, que presumía de su activismo antifranquista. Nadie podía negarle la casta al galgo Alberto, tan vanidoso y acicalado como el padre. Aquella noche don José María bromeaba con la ideología de su descendiente: “si yo soy de derechas, mi hijo lo es todavía más”. Reímos la humorada, mientras el destinatario doblaba con delicadeza la servilleta y torcía el gesto. El jovencísimo fiscal, con pinta de empollón repelente, apuntaba maneras, ambición y la soberbia necesaria para comerse el mundo. Se libró de inmediato de las malas compañías y de la mano de Fraga ocupó un asiento de concejal en el Ayuntamiento de Madrid.
La UCD ganó las primeras elecciones municipales en la capital, pero el despacho de la Casa de la Villa fue ocupado por Enrique Tierno Galván. No hubo problemas: PSOE y PCE pactaron la gobernabilidad del municipio y el viejo profesor se hizo con la vara de mando y el crucifijo que presidía la mesa del alcalde. Ruiz Gallardón fijó la vista en el horizonte, olisqueó el aire y divisó una presa que le pareció más fácil de abatir: Joaquín Leguina. Le intuía herido, desangrado por la jauría guerrista que le mordisqueaba los tobillos en la selva de la Federación Socialista Madrileña. Gallardón peleó y peleó, incluso ganó dos veces las elecciones en la Comunidad, pero Leguina se le escapaba vivo, con sus propias fuerzas o escoltado por Izquierda Unida. Los debates que protagonizaron en el vetusto caserón de San Bernardo marcaban una época. Leguina los cerraba siempre recomendando paciencia: “usted solo me aventajaba en una cosa, es muchísimo más joven que yo, y por ley de vida me sucederá. Mientras tanto, relájese y espere”.
En 1995 se acabó la espera. Gallardón ganó por mayoría absoluta y ocupó las dependencias de la Puerta del Sol. Gallardón agrandó entonces su leyenda. Nombró consejeros sin carné del partido, otorgó a Leguina el status de ex-presidente y confió la dirección de Telemadrid a Ruiz de Gauna, un directivo que procedía de PRISA. Incluso se mantuvo al responsable de informativos. En el PP no entendían nada y la caverna mediática, que se veía ocupando la televisión autonómica, no se lo ha perdonado. Rodeado de un pequeño grupo de fieles, aislado de su partido, maduró como gestor y se atrajo a muchos votantes de centro. En el Ayuntamiento, sin embargo, Álvaro del Manzano, cada vez más castizo y más derechista, se desgastaba sin parar. José María Aznar, que no tiene un pelo de tonto, advirtió el problema y movió ficha. Encargó a Gallardón que defendiera la plaza municipal envuelto en su carisma de modernidad. Para revalidar la mayoría de la Comunidad eligió a una de sus pupilas más leales: Esperanza Aguirre. El cambio resultó tan exitoso que aún perdura.
Alberto Ruiz Gallardón ha cuidado su imagen todos estos años. Apenas le vemos rodeado de obispos o agasajados por señoras envueltas en la bandera de España. Tampoco se ha involucrado en teorías de la conspiración encaminadas a corregir la historia, ni en manifestaciones de la ultraderecha. No parece excesivamente incomodo en los festivales gay y tampoco se esconde en las fiestas organizadas por la progresía cultural. Le encanta fotografiarse rodeado de mujeres guapas y artistas de moda. Y ahora qué, se preguntan los dirigentes del Partido Popular. Demasiada algarabía para que ocupe una cartera de segunda fila le colocan ya en un ministerio de estado, -Exteriores, Defensa o Justicia- o en una presidencia. Lo sabremos muy pronto.
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Fernando González