domingo, noviembre 24, 2024
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La seguridad del tono pastel frente al riesgo de los tonos chillones

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Tras las tentativas culpables de los candidatos conservadores Michele Bachmann, Rick Perry y Herman Cain, el Partido Republicano contempla por fin casarse, cosa que concentra la mente.

Los dos favoritos Republicanos actuales, Mitt Romney y Newt Gingrich, proceden del mismo territorio político, el país de la credibilidad presidencial menos escasa. Los dos son conservadores económicos sin ser libertarios salidos de un derby de demolición de lo público. Ambos son internacionalistas inspirados por Reagan. Ambos tienen antecedentes de apartarse de la norma ideológica interesantes, Romney en materia sanitaria y Gingrich a tenor del medio ambiente. Ambos manifiestan conocimientos de historia y de actualidad y la capacidad de razonar en público, rasgos que no se pueden dar por sentados en absoluto entre el elenco de candidatos Republicanos.

Pero a pesar de todos estos parecidos, Romney y Gingrich son un compendio de contrastes. Pocas veces una elección política ha sido menos ideológica o más dramática.

Romney es un político de virtudes moderadas y de defectos moderados. Es constante, disciplinado y capaz, rasgos de liderazgo importantes, pero no Churchillianos. La impaciencia de Romney por complacer ha dejado un rastro de posturas legislativas descartadas, logrando desagradar a los incondicionales de todas las posturas. Aunque carente de vulnerabilidades personales escandalosas, también carece de conexión humana. Esta semana Romney confesaba públicamente haber tenido «afición a la cerveza y fumado un cigarrillo en una ocasión, siendo un adolescente rebelde, y no haberlo vuelto a hacer». Los estadounidenses se identificarían con Romney si se hubiera echado ese segundo pitillo.

Gingrich posee fortalezas mayores y debilidades mayores, cosas ambas que han quedado en evidencia recientemente. En los debates y foros, brilla. A veces también deslumbra exultante. Su aire de urgencia histórica puede ser agotador. Todo momento político, al parecer, es el más decisivo desde la Batalla de El Alamein, o la llegada de Kemal Atatürk, o los debates Lincoln-Douglas. No es suficiente, por ejemplo, que la Oficina Presupuestaria del Congreso se equivoque. Sus economistas blandos e independientes, según Gingrich, forman parte de «una institución reaccionaria socialista». Tiene un método retórico totalmente inusual: la provocación a través de la exageración.

El mensaje de Gingrich no se traslada a menudo mediante la estrategia sino a través de una reserva constantemente renovada de entusiasmos intelectuales. De ahí que en un foro conservador al que asistí en Iowa, Gingrich utilizara su turno para criticar el mandato de Paul Bremer al frente de la Autoridad Provisional de Irak, antes de pedir la eliminación de ciertas salas de justicia, maniobra presidencial que invitaría a una crisis constitucional. Después, un socio de Gingrich me contaba con admiración que el candidato había hablado apoyándose en unas cuantas notas reunidas a toda prisa justo antes del acto. Fue un triunfo del discurso extemporáneo y un fracaso de la disciplina de mensaje en la misma medida.

Gingrich es el ex presidente de la Cámara de Representantes por algo. En los éxitos que acarrea su talento, carece de la disciplina que exige su papel destacado. Puede pasar años levantando un movimiento, y luego minarlo en cuestión de una jornada. El ave fénix siempre resurge, pero deja cenizas alrededor.

¿Qué quieren entonces los Republicanos? ¿La seguridad del tono pastel o el riesgo de los tonos chillones?

Romney debería de consolarse en el hecho de que los partidos políticos eligen normalmente la seguridad. Pero la falta de disciplina de Gingrich es a veces admirable.

Durante el debate Republicano más reciente, cuando el tema cambió a la inmigración, Gingrich manifestó públicamente la necesidad de proteger la frontera y de implantar leyes contra la contratación de ilegales. Pero añadió que algunos inmigrantes en situación irregular tienen raíces estadounidenses profundas. Hay gente, decía, «que lleva aquí 25 años y tiene dos generaciones de parientes y ha pagado impuestos y va a la iglesia… No veo cómo el partido que dice ser la formación de la familia va a adoptar una política de inmigración que separa familias que llevan aquí un cuarto de siglo. Y estoy dispuesto a soportar las críticas por decir que hay que ser humanos al implantar la ley sin darles la ciudadanía, pero encontrando la forma de crear la situación jurídica para que no sean separados de sus parientes».

Gingrich tiene razón. Va a soportar algunas críticas. No hay estrategia Republicana de primarias que implique manifestar simpatía hacia los parientes de los inmigrantes ilegales. La indiferencia de Gingrich a la estrategia política, en este caso, fue prueba de su decencia. Romney y su campaña pasaron a la ofensiva, acusando a Gingrich de apoyar «la amnistía», incluso si Romney apoyó la legislación de reforma de la inmigración de 2005 que incluye una vía a la regularización. El contraste entre los candidatos es dramático, y no es favorable a Romney.

Las campañas presidenciales de éxito son ejercicios de disciplina y resistencia, lo que hace improbable que Gingrich acabe derrotando a Romney. Pero Gingrich puede ser imponente a su aire.

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Michael Gerson

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