La mañana posterior al anuncio de su jubilación, el congresista Barney Frank se marcaba una entrevista en el programa de la NBC «Today» en la que tenía oportunidad de interpretar al anciano estadista delante de una audiencia televisiva de millones. En lugar de eso, el Demócrata de Massachusetts elegía abrir una reyerta con la periodista que le entrevistaba.
«Usted dijo que su distrito electoral había sido alterado para dificultarle hacerse con la reelección», decía la presentadora Savannah Guthrie.
«Yo no dije que no me fuera a postular porque temiera ganar», replicaba Frank.
Guthrie le preguntaba por su respuesta a los que interpretan su marcha como signo de que los Demócratas no se van a hacer con la Cámara en 2012.
«A veces me gustaría que pudiéramos hablar con contenido en los medios», se quejaba Frank. «Sé que eso va en contra de, al parecer, una especie de reglamento». Proseguía para decir que «He tomado la decisión de no formar parte de la administración a tres meses de cumplir los 75. Supongo que no entiendo el motivo de que le sea tan difícil de entender a la gente».
El Guthrie amistoso volvía a salir. ¿Qué opinión tiene del clima cada vez más duro en Washington?
«Bueno, usted ejemplifica lo que me parece es un cambio de tono», decía Frank. «Ha logrado hacer todo tipo de preguntas negativas… Es periodismo mamporrero. Es política mamporrera. Y eso limita nuestras posibilidades de hacer las cosas».
La periodista hacía una tentativa final. ¿»Siente Frank alguna responsabilidad por su papel en, más o menos, el clima que vemos en Washington?»
«Bueno, felicidades», decía Frank con desprecio. «Lleva 4 de 4 tratando de encontrar el enfoque negativo».
La entrevista representaba la oportunidad de que el país pierda lo que muchos en el Capitolio llevan viendo de cerca con los años: que Barney Frank, el león progre, el pionero de los derechos de los homosexuales y el legislador respetado, también es un hijo de su padre irritable y mezquino.
El tributo de los medios a Frank ha sido en general reluciente, elogiando «su autenticidad y su inteligencia» y «su capacidad de dividir a la oposición sin secarse el sudor intelectual».
Sin duda, Frank es uno de los legisladores más despiertos del Capitolio y probablemente el más colorista. Pero también es uno de los matones más famosos, conocido por gritar a los becarios, alienar a los aliados y hacer que los ayudantes sean presa del pánico provocado por sus estallidos frecuentes y gratuitos.
Los rumores son legendarios: despacharse con un joven ayudante de cámara por tratar de quitarle arrugas antes de una aparición en televisión; exigir que un ayudante «responda a la puta pregunta» antes de darle oportunidad de responder; preguntar a una mujer que le acompañaba a un encuentro en Chicago: «¿Por qué le interesa si he tenido un buen vuelo?»
Los ataques salen con gran fluidez. A la crítica le preguntó: «¿En qué planeta piensan pasar el resto de su vida?» Cuando el periodista del Huffington Post Ryan Grim hizo una pregunta que a Frank no le gustó, respondió: «¿Qué es esto, una especie de concurso de retrasados?»
Gritar a la prensa pocas veces perjudica a un político, y unos cuantos pueden aceptar de mala gana a Frank como azote de la oposición de elegante verbo. Pero el desagradable gratuito, con los aliados y en especial con su propio gabinete, le han impedido lograr mucho más a lo largo de sus tres décadas de carrera en el Capitolio. Gente que trabajó con Frank me cuenta que el antiguo secretario del Comité de Servicios Financieros de la Cámara es «listo pero no inteligente». Le encantaba volar y era un maestro del combate político, pero tiene poco que le avale. Impulsó los derechos de los homosexuales, pero de todas formas la tónica viene moviéndose en esa dirección de todas formas. Promulgó la reforma Dodd-Frank del sector financiero, pero el remate de la legislación ha complacido a muy pocos en la izquierda al tiempo que ha antagonizado al sector privado.
Esto no pretende restar importancia a su papel de moderno Mark Twain. «Los conservadores», se quejaba, «piensan que, desde el punto de vista del gobierno federal, la vida empieza en la concepción y acaba en el nacimiento». O: «El problema de la guerra de Irak no es tanto la Inteligencia como la estupidez». O: «Estoy acostumbrado a estar en la oposición. Soy judío, homosexual y de izquierdas». Pero en último término, la herencia de Frank es más propia de un cómico que de un legislador.
El estratega Republicano Karl Rove, firmando en FoxNews.com, celebraba la jubilación del «petulante, abrasivo y directamente desagradable» Frank. Rove, que de ser desagradables sabe un poco, escribe: «Brillante, pero del verbo ácido y en general desagradable, Frank legisló con mazo de hierro, machacó a los críticos con regodeo y trataba a los miembros del comité y en especial a los colegas Republicanos como formas inferiores de vida».
Los Republicanos merecían con frecuencia lo que recibieron de Barney. Y a diferencia de Rove, yo voy a echar de menos la lengua cáustica de Frank. Pero habría sido un legislador más fructífero si hubiera aprendido que a veces es mejor mordérsela.
Dana Milbank