Ha surgido otro grupo terrorista. Uno, al parecer, escindido de otro que dice no saber de qué le hablan cuando les preguntan por el secuestro de dos españoles. La clave del rapto está, eso es seguro, en la cuestión económica y en la justificación religiosa: el islam, la lucha contra el infiel, de la que hace profesión de fe el grupo reivindicador; la mística salvaje y esponjosa que mancha de sangre las arenas del desierto, allí por dónde el hambre y la miseria acechan a la infancia, las mujeres, los humildes y cadenciosos deseos de prosperidad de pueblos sometidos y mudos. Mudos. Hablan las armas, los Kaláshnikov u otras automáticas de renombre cinematográfico, los ladridos del hambre y la rabia de los disparos, entre el silencio. Siempre el silencio.
Enric Gonyalons, Ainhoa Fernández de Rincón y Rosella Urssu, fueron secuestrados el pasado 23 de octubre en Rabuni, la capital administrativa del Frente Polisario en el suroeste de Argelia, y hasta que se ha conocido ayer una prueba de vida, no se sabía nada sobre las causas ni los autores del secuestro. Ahora no es que se sepa mucho, la verdad, aunque en realidad se sepa todo. Secuestran a los cooperantes bandidos de un negocio criminal basado en la especulación con las vidas: al parecer, partidas de bandoleros se hacen con ellos y como son valiosos los transfieren, por dinero, a otros grupos más consistentes para que sean ellos los que se hagan cargo del mantenimiento y las posibles y provechosas negociaciones.
Son los Goldman Sachs del norte de África, trafican con la buena fe y la esperanza de la gente, la empaquetan como producto tóxico, aunque sea de alta calificación y se lo enchufan a otro gestor para que obtenga mayor rentabilidad. Negocio seguro. Nada nuevo. Cada cual, en esta Era, aporta su granito de arena a la ingeniería de la desregulación neoliberal. Y cada cual lo interpreta como quiere, incluida la interpretación islámica, que también busca sus réditos en la tierra.
Hamada uld Mohamed Jairi dirige la supuesta escisión de Al Qaeda que se hace llamar «Monoteísmo y Yihad en el oeste de Africa”, la pequeña mafia local que presume de tener a nuestros compatriotas y a una italiana, y que, al parecer, no ha sido capaz de endosar estos activos al grupo de relieve Al Qaeda del Magreb Islámico, que ya conocemos en nuestra patria por haber secuestrado a Roque, Albert y Alicia, cooperantes catalanes, el 29 de noviembre de 2009.
De quién aún no sabemos nada es de las cooperantes españolas Montserrat Serra y Blanca Thiebaut, secuestradas a su vez en el campamento keniano de refugiados de Dadaab, en Kenia, y que permanecen en la lejanía de una captura nebulosa, también negada, por los raptores habituales del lugar: las mortiferas milicias de Al Shabab.
Entre tanta crisis de confianza y tanta tensión en los mercados que han convertido a España en blanco de sus intenciones codiciosas, asistimos al lado bueno de la tragedia: la increíble capacidad de solidaridad, entrega y abnegación de personas ajenas al reconocimiento, la popularidad o la fama que cambian, en asombrosa paradoja, el lujo de nuestra crisis por la miseria de la de los otros: un infierno hecho a mayor escala que el nuestro y que pone en evidencia que si el primer mundo arrastra tenebrosas dudas sobre su certificación, el que aún se despeña soñando con ser algún día emergente, no tiene letras negativas suficientes para definir la calificación de su pobreza.
Así que son españoles por el mundo sobre los que nuestras televisiones guardan una prudente y silenciosa cautela que no interrumpa su regreso, y que suponen la embajada más digna que nos puede representar en este chusco y pegajoso entuerto en que se ha convertido la globalización.
Regresará del llanto a donde fue llevada, recito en silencio. Siempre el silencio.
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Rafael García Rico