Todo el mundo espera que Mariano Rajoy, en el discurso del debate de investidura, dé a conocer sus ajustes económicos por la urgencia de recortar el déficit, objetivo prioritario de su política, basándose en declaraciones públicas como aquellas de «No podemos vivir por encima de nuestras posibilidades, ni gastar lo que no tenemos» o «Los españoles son conscientes de que hay que tomar medidas no gratas». Incluso, se habla de que, hoy, anunciará varios recortes concretos que afecten a grandes colectivos de la sociedad española y reformas estructurales.
Y a mí, todo eso me parecerá muy bien porque son medidas, absolutamente, necesarias para sobrevivir. Es más, estoy convencido de que los españoles aceptarán todas esas duras decisiones con estoicismo si se les sabe explicar y si se le dice siempre la verdad, cosa que no hizo en ningún momento el Gobierno de Zapatero y, mucho menos, el propio ZP.
Pero yo soy de los que piensan que esas medidas no son más que complementos directos. El sujeto y el verbo de esta oración es otro. El auténtico meollo de la cuestión es otro. Mariano Rajoy lo que tiene que hacer, en primer lugar, es convencernos de que somos grandes. De que somos una nación importante. De que creemos en nosotros mismos. Porque sólo a partir de ahí podremos recuperarnos como pueblo ya que lo que estamos viviendo no es una crisis económica en sí misma, sino una consecuencia de una crisis de valores muchísimo mayor.
La crisis económica no es más que una secuela de la falta de escrúpulos, de la fatuidad, de la soberbia, de la mentira y de la falta de creencia en nosotros mismos como nación.
Por eso, yo estaría muy contento si, a partir de hoy, España empezase a creer en sí misma.
Pinocchio