El ente conocido como Casa Real, que no es exactamente el rey, ni su casa, sino, como si dijéramos, la sociedad de gestión y comunicación que controla todo lo relativo a la Corona, conocía al menos desde hace cinco años los chanchullos, presuntos chanchullos ciertamente, de Iñaki Urdangarin. Lógico. Si la Casa Real está al tanto de cuanto se dice de ella, ¿no iba a estarlo de los pasos de un yerno, de un individuo adscrito al radio de la propia Casa, y aun a la familia que la habita? Lo que los españoles ya no ven tan lógico es que la Casa, digamos la Casa, no pusiera los hechos en conocimiento de la Fiscalía, o de Hacienda, si es que, como parece, los encontró tan «inadecuados» como para recomendar a la criatura que lo dejara y que pusiera tierra de por medio, agua, toda el agua del mar, en éste caso.
Si todo ciudadano se constituye en agente de la autoridad ante un delito flagrante, bien que con las limitaciones propias de su amateurismo policial y judicial, cabría haber esperado de esa Casa la actuación rápida, firme y ejemplar que requerían, sin duda, las circunstancias. Lamentablemente, no ha sido hasta hoy, tras las iniciales e imprecisas denuncias del PSOE balear, y luego tras las mucho más contundentes pesquisas y sospechas de la Fiscalía, del juez, de la policía y de todo el mundo, que nos enteramos de que la Casa Real lo sabía, y que lejos de sentar la mano al presunto y, en su caso, de conminarle a devolver el dinero público que a los españoles les ha costado tantas fatigas ganar y que les hace hoy tanta falta, le recomendó que hiciera mutis, discretamente, por el foro, eludiendo su responsabilidad moral y penal. Hum…
Luego dicen que algunos están aprovechando lo de Urdangarin para atizar a la Corona y ponérselo difícil a Felipe de Borbón, que pretende, al parecer, ostentar en un futuro próximo la Jefatura del Estado por el rancio e irracional procedimiento, escasamente democrático en todo caso, de reclamar para sí la corona que hoy ciñe su padre por esa simple razón, porque es su padre y él es su hijo. Se ve que en esa Casa se desconoce una sencilla verdad: que el peor enemigo de uno, es uno.
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Rafael Torres