Bajo la fatiga de la crisis de la deuda, Europa muestra grietas que lleva tiempo tratando de remozar, pintar e ignorar.
El reciente veto del Primer Ministro David Cameron a una unión fiscal europea más estricta despertó indignadas críticas. Algunos legisladores del continente instaban a crear una Unión Europea sin el incordio del Reino Unido. Los líderes franceses, calificación de su propio país bajo amenaza de rebaja, trataban de orientar la atención de las agencias hacia los fracasos económicos británicos, estrategia de búsqueda de culpables practicada por los chavales culpables en recreos de todo el mundo. «Hay pocos espectáculos más cómicos», respondía el Daily Mail, «que unos franceses reaccionando con orgullo galo herido contra los vencedores de Waterloo». En momentos de necesidad nacional, Inglaterra todavía recurre al Duque de Wellington. La historia pervive.
Funcionarios británicos informan de que los ánimos diplomáticos han empezado a amainar. Pocos contemplan una ruptura tajante a lo largo del Canal de la Mancha. El Reino Unido seguirá con el ejercicio de funambulismo que lleva décadas practicando, accediendo libremente al mercado europeo único sin ingresar en un superestado europeo único.
La decisión de Cameron a tenor del tratado fiscal fue consistente con este enfoque. El sector financiero de Gran Bretaña representa más del 10% de su economía. Los europeos se mueren por regularlo y gravarlo. Alrededor del 75% del impuesto europeo a las transacciones financieras que se está proponiendo recaería sobre el Reino Unido. De manera que Cameron rechazaba el acuerdo que no incluía mecanismos de protección al sector financiero británico.
Pero la división de Europa discurre más profundamente que los detalles de la política fiscal. La Unión Europea no abarca solamente a 27 países sino a dos modelos económicos y sociales diferentes: el liberalismo anglosajón y la versión franco-alemana de un capitalismo fuertemente regulado. Gran Bretaña y unos cuantos países más (como Dinamarca, Polonia o Hungría) han defendido a menudo el primero en las cámaras de Europa, una tarea importante con importantes obstáculos.
La ex Primera Ministra Margaret Thatcher, sin embargo, predijo un conflicto entre las instituciones socioeconómicas del norte y el sur. El federalismo europeo, sostenía ella, era inseparable del estatismo y el proteccionismo. Más que contener la influencia teutona, el proyecto europeo sería eventualmente un monstruo burocrático dominado por Alemania. Y Thatcher creía que el resultado de una integración así sería inestable. Dejaría en manos del contribuyente alemán proporcionar «subvenciones progresivamente mayores a regiones en quiebra de países extranjeros» mientras se condena «a los países del sur de Europa a la dependencia debilitante de las subvenciones a fondo perdido del contribuyente alemán». Los países más pequeños acusarían con el tiempo «la alteración económica, la gestión de unas burocracias distantes y la pérdida de independencia».
Durante décadas, la Unión Europea ha intentado evitar un enfrentamiento entre los modelos económicos continental y británico. Pero la crisis de la deuda ha obligado a Alemania a adoptar una postura más agresiva. Hay que imponer límites fiscales, límites políticos en la práctica, a los países irresponsables en quiebra con el fin de impedir que el contribuyente alemán tenga que aportar subvenciones incesantes a fondo perdido. Este enfoque es perfectamente racional, para Alemania. Pero como sostenía Thatcher, «las tentativas de cooperación que sean demasiado ambiciosas crearán conflicto probablemente».
Los últimos años han sacado a la luz las fortalezas y debilidades relativas de los modelos continental y británico. Sí, el Reino Unido sigue siendo un caos económico con un crecimiento del 0,5% y un déficit presupuestario del 10% del PIB prácticamente. Pero Gran Bretaña ha proporcionado garantías políticas a los inversores. Tiene una coalición de gobierno estable que ha impuesto medidas de austeridad con carácter de urgencia. Sigue libre de controlar su propia divisa y fijar sus propios tipos de interés. Como resultado, los títulos de deuda soberana británica son calificados de refugio.
En contraste, la eurozona ha ido tropezando con una crisis a otra, haciendo lo mínimo para evitar el desastre inmediato. Su acuerdo más reciente promete imponer la disciplina fiscal universal a través de mecanismos que no especifica, bajo una autoridad jurídica cuestionable, tras un proceso político arriesgado que implica a un amplio abanico de parlamentos y de salas constitucionales de justicia. Europa parece destinada a adoptar políticas que imponen la austeridad sin promover la competitividad ni el crecimiento económico, la receta del descontento entre la opinión pública. Una recesión probable hará todavía más difícil la financiación de la deuda soberana. Este mes, la agencia Standard & Poor’s cambiaba las perspectivas de 15 países de la eurozona con vistas a una rebaja de la calificación.
Los críticos del proyecto europeo pueden sentirse refrendados, pero no deberían de estar complacidos. Alrededor del 40% de la actividad comercial británica y el 15% del comercio norteamericano están destinados a la Europa continental. Los destinos de las entidades bancarias norteamericanas y británicas y los del resto de las europeas están estrechamente unidos. El cisma de la eurozona no sería ordenado ni relajado. Ni a aquellos de simpatías Thatcheristas les queda otra ya que apoyar a Europa.
Estrella Digital respeta y promueve la libertad de prensa y de expresión. Las opiniones de los columnistas son libres y propias y no tienen que ser necesariamente compartidas por la línea editorial del periódico.
Michael Gerson