La noticia, inquietante en verdad, de que Soraya Sáenz de Santamaría se hace con el control del Centro Nacional de Inteligencia, exhuma un dato medio traspapelado en la memoria, el de que tenemos ¡3.500 espías! Cáspita. ¿Y qué? ¿Espían mucho? No preguntará uno qué espían, que eso es secreto profesional, pero, ¿no son muchos espías? ¿No podríamos apañarnos en estos tiempos de recortes salvajes con, por ejemplo, mil espías? Colocándolos bien, y convenientemente disfrazados, mil espías podrían dar muchísimo juego. Pero, ¿a quién?
Porque toda vez que en España el Estado prácticamente no existe, sino que el gobierno de turno lo suplanta, ese viaje del CNI desde el Ministerio de Defensa, que sí remite un poco a la idea de Estado, al de Presidencia, que no remite en absoluto al Estado, sino al Gobierno, clarifica a quién podrían dar ese juego los espías, al Gobierno precisamente. Claro que siendo este un gobierno sustentado sobre una mayoría absolutísima, y de un partido tan sectario de suyo, tanto que lo primero que ha hecho en el Congreso es quitar de su sitio el busto de don Manuel Azaña, presidente que fue de un Estado español verdadero, solo queda encomendarse a la Patrona de los Imposibles para que ilumine a Soraya y no le deje usar del CNI a su libre albedrío. Porque, ¿qué controles democráticos, suprapartidarios, tendrá eso en Presidencia, en las exclusivas manos de su titular?
Soraya Sáenz de Santamaría, en efecto, amasa un poder enorme, sin precedentes, y nada induce a pensar que vaya a amasarlo adecuadamente. En España, ya se sabe, dar mucho poder a alguien es lo peor, lo más suicida, que puede hacerse. Pero aún queda otra cuestión: ¿Qué sabe Soraya de espías, ni de espionaje, ni de contraespionaje, ni de nada de eso? ¿Leyó muchas novelas del género, vio películas, hará un cursillo acelerado? Lástima de no disponer la sociedad de unos cuantos espías propios para que husmeen en el ignoto mundo de sus conocimientos.
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Rafael Torres