El anuncio de Rubalcaba debería contribuir a despejar dudas sobre el futuro del PSOE y ayudar a centrar el debate acerca de los nuevos desafíos que el partido deberá encarar en una legislatura que, por las circunstancias parlamentarias que la definen, permite que el primer partido de la oposición disponga de tiempo suficiente para construir un discurso moderno alejado del continuismo gratuito con el pasado reciente.
La política es una actividad dinámica. Su desarrollo implica un conocimiento de la realidad inmediata pero también de obliga a planificar propuestas para el futuro no sólo asentadas en lo más próximo sino también en el medio y el largo plazo. Los votantes que han desistido de apoyar al PSOE en esta ocasión tanto como los que sí lo han hecho, necesitan saber que su partido es una alternativa no sólo de gobierno y que en su formulación política aporta visiones más elaboradas para definir realidades más alejadas en el tiempo, ese hacia el que inexorablemente nos dirigimos. El mañana, no cómo la sucesión automática del hoy, sino como escenario futuro, obliga a que lo que se diga y proponga hoy tenga espacio para su emplazamiento allí hacia donde nos dirigimos.
Desde hace semanas insisto mucho en el cambio sustancial que se está produciendo en el mundo. No sólo por las transformaciones en el mundo árabe o por la crisis, también por la revolución tecnológica que comportará, más temprano que tarde, nuevas verdades que necesitan la aportación de un pensamiento bien elaborado. El PSOE tiene la oportunidad de sucederse a sí mismo, ofertando un programa que contemple expectativas que los ciudadanos ya sienten como suyas: las comunicaciones, las nuevas formas de trabajo, los emprendedores en sectores estratégicos de una economía moderna, el gobierno abierto, la participación pública etc. Algo que es obvio que afecta a decisiones políticas de mayor calado.
El anuncio de Rubalcaba, el hombre que se enfrentó a Rajoy en las peores condiciones, despeja una de las incógnitas. El de Chacón debería ser inmediato y ayudar a que haya un verdadero debate de ideas: ella ya ha demostrado su voluntad de hacerlo de manera positiva y constructiva. Y ambos deberían mostrar algo más que apoyos y votos internos: deberían construir y aportar ideas novedosas para enfrentarse a la incertidumbre del futuro.
El PP se verá obligado a bailar con la más fea: la resolución cotidiana de la crisis. Y el PSOE debería hacer algo más que quejarse de sus políticas, aportando valor a un nuevo paradigma de la izquierda que devuelva a esta ideología el papel histórico de vanguardia para definir de forma justa la sociedad hacia la que nos encaminamos.
Para ello será indispensable hablar de algo más que de asuntos laborales cuando hablamos de educación, escolar o universitaria, o de la formación profesional. Debería salir del nudo de la organización administrativa del estado – ya está bien de este rollo de las autonomías que duplican y replican políticas a su gusto sin atender a la cohesión social de los españoles – y, sobre todo, debería huir de la tentación de fiar su futuro a pactos con los nacionalistas que si deben hacerse, será como fruto de una necesidad objetiva que los justifique y no como parte de un programa. Me aburre la España plural y me interesa la España social. Perdida la ocasión de ajustar cuentas con los muertos diseminados por las cunetas de España – la responsabilidad de ZP abriendo un melón que ha sido incapaz de gestionar es palmaria-, deben poner el acento en cómo será el futuro en el contexto europeo y cómo evitar la tendencia a convertirnos en asiáticos a la hora de trabajar, sin olvidar que el cambio tecnológico definirá por la propia naturaleza de las nuevas profesiones que aún ni imaginamos, un nuevo escenario de progreso que debe cuidar y atender a la justicia social.
El PSOE no puede ser el exclusivo portavoz de una función pública objetivamente desorbitada ni quedarse en exclusiva en la interpretación de que los trabajadores sólo son los de las grandes empresas. Debe cuidar a las clases medias, a los trabajadores y empresarios de pymes que apuestan por invertir y organizarse adecuadamente a sus posibilidades y expectativas. Felipe González tuvo esa visión en los últimos años de la década de los setenta, cuando convirtió al PSOE en un partido de mayorías, sin ataduras dogmáticas y con vocación de ser un instrumento de gobierno y de cambio para todos los españoles, no sólo los de la cuerda.
Cuando España estaba en plena fase desarrollista en los años sesenta, el PCE del exilio seguía llamando a la huelga nacional política, llamada imposible porque los españoles usaban ya el teléfono para concertar citas en tiendas donde compraban televisores, neveras y seisicientos.
Algo así puede acabar pasando. Por eso es hora de que el PSOE, con Rubalcaba de momento y pronto con Chacon, se ponga a pensar en ello no sólo por su bien sino por el de todos los españoles.
Algo así puede acabar pasando. Por eso es hora de que el PSOE, con Rubalcaba de momento y pronto con Chacon, se ponga a pensar en ello no sólo por su bien sino por el de todos los españoles.
Rafael García Rico