Se ha vuelto divisa corriente decir que Washington está averiado, pero en pocos sitios se ven mejor en funcionamiento y en concierto todas las piezas averiadas que en el pleno del Senado la mañana del miércoles.
El en ese momento secretario de la mayoría en el Senado Harry Reid y su homólogo Republicano, Mitch McConnell, ejecutaban un verdadero Baile de la Disfunción, una verdadera pirueta del Ballet de la Patología. Abocados al vencimiento inminente de otro plazo de clausura de la actividad pública por falta de financiación, los dos líderes decidían que el rumbo de acción más constructivo sería reunirse en el pleno del Senado a tres metros uno del otro e intercambiar insultos televisados durante 20 minutos sin mirarse mutuamente.
«Los estadounidenses no pueden entender el obstruccionismo de los Republicanos», anunciaba Reid. «Los líderes Republicanos han desperdiciado ya semanas movilizando el apoyo del movimiento de protesta fiscal tea party a una legislación que sabían no iba a salir del Senado».
«Nuestros amigos al otro lado del hemiciclo no tienen ningún plan y, hay quien sugiere, ningún deseo de tramitar una ampliación de la bajada de las retenciones», replicaba McConnell. «En lugar de eso, hemos desperdiciado una semana tras otra, una votación insensata tras otra».
Reid hacía tamborilear sus dedos y se tiraba de su oreja. «Madam Presidente, mi amigo vive en un mundo de fantasía», decía. «Mis amigos al otro lado del hemiciclo quieren evidentemente que el gobierno eche el cierre… Ese presunto candidato Republicano, Newt Gingrich, intentó eso en una ocasión. No salió muy bien».
De un lado y otro volaban las acusaciones, personales y mordaces: «inútil charada partidista… un enfrentamiento de unas pocas horas antes… extrema derecha… diseñado únicamente para ganar puntos con las rentas altas…»
McConnell golpeaba con sus nudillos su escritorio. Reid se hacía polvo la dentadura apretando la boca. «No me importa… lo que diga Mitch McConnell», anunciaba Reid. Afirmaba que los senadores Republicanos estaban «abochornados o avergonzados» de lo que habían hecho los congresistas Republicanos.
«Hablando de bochorno», decía McConnell echando la mano al bolsillo de su pantalón. «Este Senado Demócrata no ha tramitado unos presupuestos en tres años».
«Hablando de distracciones», respondía ácido Reid. «Mi amigo, el líder Republicano, ha dicho desde el principio de este Congreso que su objetivo principal es imposibilitar la reelección de Obama. No tiene buena pinta. Romney se está derrumbando».
McConnell ponía reparos a la propuesta de orden del día de Reid. Reid ponía reparos a la propuesta de orden del día de McConnell y después, en un exceso de celo pugilista, ponía pegas a su propia propuesta. «Los dos vamos a tener reparos, que conste», decía. «Reparos bipartidistas».
Al menos pueden ponerse de acuerdo en algo.
Esta caída en el estilo verdulero de debate legislativo tipo ‘eresunaputaignorante’ es consecuencia de la colisión de dos legislaciones a final de año. Los Demócratas se niegan tajantes a tramitar una ley de gasto público colosal que mantendría al estado en funcionamiento, en un intento por obtener concesiones de los Republicanos en una cuestión paralela: la rebaja de las retenciones. Los Republicanos, a su vez, se niegan a negociar un compromiso en las retenciones hasta que los Demócratas aprueben la ley de gasto público.
Casi todo hijo de vecino en ambas formaciones quiere sacar adelante la ley del gasto público y la bajada de las retenciones, pero no pueden evitar su comportamiento partidista ridículo de costumbre, cosa que ahora amenaza a ambas legislaciones. Los legisladores harían bien en esperar que alrededor del 12% de los estadounidenses que todavía aprueba la gestión del Congreso no estuvieran viendo el miércoles la cadena C-SPAN2, porque hasta ese nivel de apoyo peligra.
Para matar el tiempo mientras vence el plazo de la financiación del estado el viernes, los senadores sacaban sus propias habilidades interpretativas. El Senador de Nueva York Chuck Schumer, destacado guerrero Demócrata, se montaba un sainete con la Senadora Demócrata de Missouri Claire McCaskill, simulando estar desconcertados porque los senadores Republicanos no quieran que los congresistas Republicanos voten la bajada de las retenciones.
«¿Es un proyecto de ley Republicano?» preguntaba McCaskill.
«Correcto», respondía Schumer.
«¿Y nosotros lo sometemos a votación?»
«Nosotros sí».
«¿Y los Republicanos no nos dejan?»
«Correcto».
«Estoy confundido».
«Todos lo estamos».
Omitida de forma flagrante en este coloquio hay otra confusión: ¿Por qué los senadores Demócratas no están dispuestos a someter a votación la ley de gasto público, incluso si, como señala McConnell, el congresista de Virginia Jim Moran, un destacado legislador Demócrata del comité de asignaciones de la Cámara, dice que «Nuestro proyecto de ley está acabado. Debería ser elevado al presidente con efecto inmediato»?
Reid está impidiendo el trámite de la ley de gasto público para ganar presión sobre el trámite de la legislación de las retenciones. McConnell impide el trámite de la legislación de las retenciones para tener herramientas de presión sobre el trámite de la ley de gasto público. Y como es normal, no sucede nada.
Los paralizados senadores decidían mejor someter a votación dos enmiendas de equilibrio presupuestario a la Constitución, una de los Demócratas y la otra de los Republicanos. Como era de esperar, las dos fueron tumbadas. Y ciñéndose a los pasos del Minué de la Disfunción, los senadores proseguían su vals.
Dana Milbank