Es más fácil predicar que dar trigo. Mariano Rajoy ha debutado al frente del Gobierno incumpliendo una de sus promesas electorales: no subir los impuestos. La realidad es que los ha subido. ¡Y de qué manera!. La política fiscal anunciada tiene perfiles confiscatorios y se ensañará con las clases medias, base, por cierto, de su electorado tradicional. Tan consciente debe ser de la desazón con la que millones de ciudadanos encaran los primeros compases del nuevo año que prefirió no ser él quien diera las malas noticias dejándolas en manos de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría y los ministros Montoro, De Guindos y Bañez.
Mal comienzo. El Gobierno anunció recorte de gastos, pero se quedó corto en aquellas partidas en las que el ejemplo podría haber sido ejemplar: ¿Por qué un 20 por ciento de reducción de las subvenciones a los partidos políticos, los sindicatos y la patronal y no el 100? Si a quienes no viven de la política (el grueso de los ciudadanos) se les imponen nuevas y pesadas cargas de impuestos, lo justo es que los políticos, la patronal y los sindicatos vivan de las cuotas de los afiliados a estas organizaciones, no a costa del Presupuesto. El Gobierno justifica el palo aduciendo que se ha encontrado con un déficit del 8 por ciento, dos puntos más de lo proclamado por Zapatero. Añade que han sido las comunidades autónomas las gastadoras. En algunas de ellas (Valencia, Murcia, La Rioja, Castilla y León, Galicia, Ceuta y Melilla) el PP gobierna desde hace años, y en el resto, salvo en Andalucía, Cataluña y el País Vasco, manda desde el mes de mayo. Los técnicos del PP, ¿no sabían lo que hacían los políticos del PP? Cuando Rajoy se comprometió a no subir los impuestos, ¿no conocía el calado real de la deuda autonómica? Cuesta creerlo. La composición del Gobierno pintaba bien, pero, visto lo visto, empieza mal.
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Fermín Bocos