El director del Banco Central Suizo, Philip Hildebrand, ha dimitido porque su esposa, presuntamente, utilizó información privilegiada para comprar y vender dólares, lo que le produjo un beneficio de unos 50.000 euros. Desde luego, Suiza es diferente, porque por 50.000 euros aquí no se mueve ni el presidente de un club de fútbol, y nuestros pelotazos son de millones de euros, será por dinero.
Resulta estomagante contemplar la defensa sectaria de los políticos para con sus compañeros protagonistas de corrupciones escandalosas, así como su enarbolamiento de la bandera de la honestidad, si el canalla pertenece a las filas del de un partido contrincante. Es patética esta actitud de los políticos profesionales, este suicidio consentido, en un momento en que mucha gente normal, no es que haya sustituido la ternera por el chope, sino que tiene que contar el dinero de bolsillo para ver cuánto chope puede comprar.
La petulancia con que se defiende a los conmilitones sinvergüenzas es insultante. La facilidad con que se cambia el sentido del discurso, según quién sea el imputado, proyecta una desvergüenza que no puede sembrar nada nuevo.
En mi ignorancia sobre las cotas que puede alcanzar la miseria humana, estaba convencido de que la situación, no ya de estrechez, sino de penuria de millones de españoles, traería algo de humildad a la casi siempre soberbia clase política, pero la desfachatez con que se sigue defendiendo la pillería de los golfos que se creían que los votos eran un aval para estafar y robar del erario público es descorazonadora. Y no vale decir que la mayoría de los políticos son honrados, que es verdad, porque les deshonra su defensa provocativa de los bribones con certificado.
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Luis del Val