El título de este artículo no obedece al hecho incontrovertible de que Eduardo Torres Dulce sea uno de los mayores expertos en el séptimo arte que hay en España. Cierto es que el nuevo Fiscal General del Estado conoce como pocos la historia del cine y además su profunda sabiduría deriva de un apasionado amor por las imágenes capturadas en celuloide, lo que lo sitúa en las antípodas de muchos pedantes que impostan un virtuosismo artificial para esconder su mediocridad tras una tarjeta en la que dice “crítico cinematográfico”. Tampoco el título tiene como origen el extraordinario parecido entre Torres Dulce y el inefable Hal Holbrook, actor norteamericano con inolvidables interpretaciones encarnando a hombres de leyes (La tapadera, Los Jueces de la Ley…). El verdadero motivo es que la historia de los nombramientos para tal cargo en las últimas décadas ha sido tan nefasta que parece ficción que un hombre y un profesional de semejantes características vaya a acceder a dicha alta magistratura.
La carrera de Torres Dulce en el la fiscalía lo dice todo de él. Una trayectoria larga, brillante y exhaustiva que le ha llevado a transitar prácticamente todos los recodos posibles del camino para un representante del Ministerio Público. Pero eso no es suficiente. Su predecesor en el cargo, Cándido Conde-Pumpido acumulaba también incuestionables méritos profesionales y académicos, pero a diferencia de aquél, en Conde-Pumpido todo brillo propio de su condición de magistrado del Tribunal Supremo venía ensombrecido por su indisimulado (por indisimulable) sectarismo dogmático, del que incluso ha hecho ostentación pública con frases tan lamentables para la Historia como aquella de que no importa que las togas se manchen con el polvo del camino o aquella otra que comparaba una Ley Orgánica aprobada por el Parlamento y bendecida en su aplicación por el (llamado) Tribunal Constitucional con las cárceles ilegales de Guantánamo. Conde Pumpido fue un político tremendamente ideologizado e intolerante metido a Fiscal General del Estado, lo que le asimila (y así lo he escrito otras veces) al que fuera temible Fiscal General de La URSS, Andréi Vyshinski, uno de los símbolos del talento jurídico puesto al servicio de los más oscuros intereses. De Conde-Pumpido hacia atrás la película no mejora mucho…
Por eso la llegada de Torres Dulce, un hombre equilibrado, moderado, prudente y profesional, que ama el Derecho aún más que el cine (que ya es decir), constituye una magnífica noticia para la regeneración de nuestro sistema político y jurídico, tarea que aunque no lo parezca tiene tanta importancia -o más- para nuestro futuro como la del saneamiento de nuestra economía. En los años de bonanza económica ni el PP primero ni el PSOE después llevaron a cabo dicha labor y es preciso recordar que la recuperación económica no obrará por sí sola el milagro, ya que la prosperidad material y la miseria del sistema de libertades son lamentablemente compatibles y convergen en un único centro: la corrupción.
Por otra parte, el hecho de que el personaje no sea ajeno al gran público, aunque solo sea porque lo recuerden borrosamente tras una nube de humo, compartiendo mesa con José Luis Garci, es también un punto a su favor, en tanto en cuanto acerca una institución bastante plúmbea pero esencial al común de los ciudadanos (el Fiscal General es la cabeza de una institución que tiene encomendado velar por el imperio de la ley, no solo acusar en los juicios).
Conocí a Torres Dulce cuando tuve el honor de presentarlo en una conferencia sobre cine en IE Law School y me agradeció sinceramente que mi introito se centrase más en sus virtudes como jurista que en su condición de cinéfilo experto, puesto que, como él mismo decía, era una faceta a la que dedicaba la mayoría de su tiempo y afanes y la gran parte del público incluso ignoraba su condición de fiscal. En esa misma conferencia Eduardo relató una anécdota que pone de manifiesto su absoluta humildad y prudencia, incluso en campos que conoce con profundidad. Ante la pregunta un tanto envenenada, de qué opinaba sobre “Torrente” explicó que si bien no era su cine favorito, entendía que entroncaba con una tradición de gran acogida en el público y que se remontaba décadas atrás hasta las más profundas raíces del cine español. Concluyó contando cómo había fracasado en su intento de disuadir a sus octogenarias y conservadoras tías, que querían ver la película a toda costa, y cómo éstas habían llegado a la conclusión de que “hijo Eduardo, tú es que serás buen fiscal, pero de cine no tienes ni idea”. Según Torres Dulce, probablemente sus tías tenían razón.
Juan Carlos Olarra