Un siglo largo después de publicarse la gran obra que consagró a un jovencísimo Marcelino Menéndez y Pelayo, «Historia de los Heterodoxos Españoles», urge crear una edición revisada en la que se incluya a esta generación nietos de «Rinconete y Cortadillo», a su vez sobrinos de «Los Siete Niños de Écija» y primos de «El Dioni» por parte de madre. Sus hazañas no pueden quedarse en el papel de un periódico que luego se olvide y no se tenga con ellos el recuerdo que merecen.
Al margen de lo que dicte la sentencia en el juicio de Camps hemos escuchado la frase definitiva por parte de un antiguo colaborador suyo. Álvaro Pérez le calificó de «gilipollas», a secas, tal y como se recoge en otro tratado formidable como es el «El Gran Libro de los Insultos» de Pancracio Celdrán, el castellano maneja una enorme riqueza semántica a la hora de insultar a alguien. Pérez pudo elegir otro adjetivo pero prefirió éste y al autor hay que respetarlo siempre porque suyo es el mérito de dar con la palabra exacta. Así pues creo que, a falta de editorial que se comprometa, ya tenemos el título para la nueva obra: «De amiguito del alma te quiero un huevo, a eres un perfecto gilipollas», ese libro se puede agotar con la tinta caliente. No hay frase que defina mejor el hundimiento moral del alegre pelotazo del pasado, nada nos califica y nos pone en nuestro sitio como una traición telefónica desvelada, de aquellos tiempos estas escuchas. Eso, y ver a Camps leyendo un libro en la Sala es conmovedor (sabíamos que el expresidente valenciano podía conducir un descapotable por la pista de los Fórmula 1, y lo hacía sosteniendo el volante en una mano y saludando con la otra); a su lado la sin par Rita Barberá. Pero para leer le hacen falta las dos manos y estar sentado en un banquillo, nunca es tarde para llegar a la Literatura.
Solo por estas conversaciones de taberna habría que incluir los nombres de Camps y de Costa entre los nuevos heterodoxos españoles. Ya don Marcelino en las «advertencias preliminares» de su obra nos hace referencia al que calificó de gran polígrafo valenciano, Gregorio Mayans que tuvo que luchar contra algo tan rotundo como era «el espíritu cismontano que dominaba entre nuestros canonistas». Y ese calificativo «cismontano» se le podría aplicar a Camps que lee las traiciones que le hicieron al Santo Job como si compartiera algo con aquel hombre rico que se sintió tentado por Satanás, pero el diablo no logró doblar su pulso, y salió triunfante con el doble de lo que antes tenía según dice el Antiguo Testamento.
En el caso de Camps si sale con el doble de lo que tenía le va a faltar armario para guardar chaquetas. Eso, y cambiar de teléfono móvil también.
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Rafael Martínez Simancas