Constituye un logro del movimiento de protesta fiscal tea party y del movimiento Occupy Wall Street haber planteado importantes cuestiones de desigualdades económicas y libertad económica. Constituye una paradoja que sus actuales argumentos hayan sido en general vagos, ideológicos y desalentadores.
Elementos de la derecha rechazan el ideal de justicia distributiva íntegramente, oponiéndose a una mayor gravación por ser un robo y suscribiendo un proyecto utópico que implica la abolición del estado moderno. Elementos de la izquierda aspiran a buscar un sustituto al capitalismo, un proyecto utópico que se ha intentado y se ha concluido siniestro.
Los debates políticos en torno al libre mercado o los privilegios de las rentas altas raramente tocan los problemas reales de la ciudadanía, pongamos, vivir al borde del desahucio o asistir a un centro público de enseñanza deficiente, o sobrevivir en un vecindario ocupado por las bandas callejeras. La ideología es algo abstracto. Las dificultades se viven de forma concreta.
A mí me gusta un buen debate filosófico tanto como a cualquier otro columnista. Tráigame un café corto con leche de soja y a un libertario, y ya tengo plan para esta noche. Las ideas sí tienen repercusiones.
Pero muchos estadounidenses están siendo pasados por alto en medio de esta conspiración bipartidista de abstracciones económicas. Una porción significativa y creciente de la población está viviendo en condiciones de pobreza. En el año 2007, el porcentaje era del 12,5%. Hacia el año 2010, era del 15,1%. El porcentaje de estadounidenses que viven en condiciones de extrema pobreza, los que tienen unos ingresos por debajo de la mitad de la línea de la pobreza, se encuentran en máximos de los 35 años en los que la Oficina del Censo ha recopilado esos datos.
Los candidatos Republicanos raramente mencionan los problemas de los pobres, por temor a ser considerados enclenques ideológicos. Los Demócratas electos son invitados por sus asesores electorales a poner el acento en los desafíos de la clase electoral media-acomodada. Ningún presidente, Barack Obama incluido, tiende de forma natural a hablar de las situaciones que han empeorado bajo su mandato.
Pero hace falta un debate en torno a la pobreza. Y se beneficiaría de la concreción, cosa que a menudo desafía a la ideología.
Los conservadores ponen naturalmente el acento en la igualdad de oportunidades en lugar de la igualdad de resultados. Pero la igualdad de oportunidades es un concepto más radical de lo que reconocemos en general. No se trata de un estado natural de las cosas; es un logro político y social. Depende de que haya familias sanas y comunidades cohesionadas. Pero la oportunidad también depende de una administración pública eficaz, de la red de protección social, de la educación pública y de la salud pública. La extralimitación del estado puede minar a otras instituciones sociales relevantes. Pero el repliegue de las instancias públicas no las devuelve automáticamente a la salud.
Los progresistas no reconocen con frecuencia que la distribución de la riqueza, si bien evita la penuria, no es lo mismo que la igualdad social. El principal desafío de la pobreza no es la falta de consumo sino la falta de capital social, medida en conocimientos y valores, y de oportunidades. Abordar este problema es más complejo que elevar los tipos impositivos indirectos, sobre todo cuando se utiliza la recaudación pública para cubrir el creciente gasto de programas sociales de cuyos beneficiarios no se comprueba la situación económica. La estructura del estado moderno del bienestar no está centrada en dar mayor protagonismo a los pobres. Se ha centrado más bien en el porcentaje de los pagos públicos que se destina a los ancianos de clase media y alta.
En todos los frentes, el debate de la pobreza se puede paralizar a través de la obsesión con las causas fundamentales. Una comunidad que fracasa es un rompecabezas de fracasos interconectados. La globalización y las tecnologías presionan para bajar los salarios y conducen a mercados laborales estancados. Las normas culturales permisivas alientan la separación de las familias y el comportamiento autodestructivo. Quejarse de la prosperidad de China o de la devaluación de la moralidad puede ser satisfactorio. Pero las explicaciones cósmicas no pueden ser obstáculo a la intervención.
La buena noticia es: durante las últimas décadas, el acento en las soluciones concretas a problemas específicos ha producido con frecuencia buenos resultados. La reforma de lo social redujo el número de pacientes por galeno y la pobreza infantil, al tiempo que elevó el empleo y los ingresos de las familias de ingresos modestos. Las políticas de tolerancia cero hacia la criminalidad y la vigilancia de barrios redujeron la delincuencia. El Programa de Ayuda Nutricional, lo que se suele llamar cartillas de alimentos, se ha reforzado para combatir mejor el hambre. Los beneficios fiscales destinados a las personas con tan pocos ingresos que no están obligadas a presentar la declaración han alentado el trabajo y reducido la pobreza.
Estas políticas tienen su origen en el centro-derecha y el centro-izquierda entre los conservadores de orientación reformista y los izquierdistas que se toman en serio las fuerzas del mercado. Sus ambiciones eran menos dramáticas que las de los activistas fiscales del tea party o las de los manifestantes de Occupy Wall Street. Sus avances fueron también más tangibles, la mejora de millones de vidas.
Un buen número de retos concretos, desde la mejora de la enseñanza pública a la lucha contra el fracaso escolar, pasando por la promoción de la libre iniciativa y la reducción del embarazo adolescente, se beneficiarían de medidas creativas parecidas. Pero un mercado en América no está funcionando de forma idónea. Nuestra política sufre un exceso de ideología y carencia de expertos.
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Michael Gerson