Les presento un nuevo relato de un lector de estas Memorias de un Libertino. Nos lo remite una persona que se hace llamar ‘Húmedo y caliente’, al que agradezco, sinceramente, su colaboración por lo que significa de enriquecimiento de la sección. Espero que lo disfruten. Es ya su segundo relato.
Mi segunda vez
La vi mientras buscaba alguna obra de arte decente donde posar mis ojos. Esas galerías de arte moderno eran un horror. Me pareció ella, pero después de tanto tiempo no estaba seguro. Encontré un hueco despejado desde donde observar. Comencé a buscarla. No la vi. Insistí. La encontré. Me aproximé. Tomé un canapé sin elegir. A su lado trataba de reconocer en su rostro actual el rostro que quedó en mi retina. Sí. Parecía ella.
Recuerdo perfectamente aquella tarde en el pueblo de mis abuelos. Solía pasar mis vacaciones de verano ahí. Entonces no sabía que aquel iba a ser el último año. Mientras mi abuelo y yo recogíamos la hierba segada durante la mañana mi abuela se acercó a hablar conmigo. El señor Hoek había tenido un ataque de ciática. Uno más. Era un hombre mayor. Su esposa, Marie y su nieta Katherine trabajaban intensamente en recoger la hierba segada. A ellas solas se les haría de noche antes de terminar. Me pidió que les ayudara.
Había visto a Katherine por la calle. Una muchacha así no pasaba desapercibida en un pueblo como aquel. Me presenté. Ella tenía el pelo lleno de pajas. El cuello brillante de sudor. La camisa sucia y descolocada. Los pantalones, extremadamente cortos, dejaban ver sus piernas bronceadas. En sus pies botas de montaña. Me giré hacia la señora Hoek y le pregunté por donde quería que empezara. Después de tantos veranos la recogida de la hierba no tenía secretos para mí. Me puso a trabajar junto a su nieta.
El carro regresó del pajar con Katherine sentada en el pescante. La señora Hoek se había quedado en casa cuidando de su esposo. Con éste sería el último viaje. Cargamos el carro hasta arriba e invité a Katherine a subir a lo alto de la carga.
– El caballo se sabe el camino – afirmé.
Allí arriba olía a hierba cortada, a sudor, a perfume y a deseo. Yo tenía una fuerte erección. Ella lo notó. Echó mano a mi bragueta y apretó. Me tenía cogido por el miembro. Yo me quise acercar pero me detuvo.
Abrió mis pantalones y comenzó a sobarme. Sabía cómo hacerlo. Me manoseaba. Estrujaba mis genitales. Llegaba casi hasta el orificio de mi ano con sus dedos. De cuando en cuando mojaba su pulgar en el extremo húmedo de mi pene y se lo llevaba a los labios. Retiró su cabello hacia un lado y me probó con la boca. Que caliente. Que húmeda. Chupó. Frotó. Lamió y hasta mordió. Me empezó a masturbar con toda la mano pringada de mí. Todavía no me había corrido cuando se separó.
Mientras el carro, ajeno a nuestra pasión, avanzaba con parsimonia, su piel comenzó a aparecer entre las ropas que precipitadamente abandonaban su cuerpo. Sus pechos redondos y turgentes inundaron mi horizonte. Los pezones erectos. La piel morena por el sol. El vientre plano y su pubis sin bello. Comenzó a tocarse. Primero los labios, arrugados y húmedos. Luego el clítoris. Introdujo un par de dedos en su vagina y apretó hacia adentro. Los recuperó untados y así viajaron hasta dentro de mi boca.
Dejé que condujera mi cara hasta su sexo y comencé a lamérselo. Con su brazo estirado alcanzó mi verga. Yo disfrutaba de su sabor. En ese momento un chorrete de semen colgaba desde la punta de mi pene hasta la olorosa hierba segada sobre la que gozábamos. Continuó masturbándome. No llegaba bien, así que cada vez que retrocedía con su mano me tiraba un poco del miembro. No me quise acercar más, aunque podía. Esos tironcitos me volvían loco.
Percibí sus orgasmos. Uno. Dos. Mil. Después yo me derramé. Sobre la hierba manchada con mi esperma descansamos. El carro seguía avanzando.
– ¿Nos conocemos? – preguntó.
Todo se esfumó de pronto. Allí estaba ella. Elegantemente vestida con su mano tendida para que se la estrechara. Reaccioné a tiempo y gentilmente se la estreché. Excitado, apretando su mano dentro de la mía me impregné de su perfume
– No lo creo. – mentí.
Charlamos unos minutos. Me explicó que era su primera exposición. Me entregó un catálogo donde escribió su nombre. Nos despedimos. Ahora estaba seguro. Era ella.
Regresé a mi casa. Me desnudé. Me tendí sobre la cama boca arriba. Tomé mi miembro con toda la mano y me masturbé con fuerza. Aspiraba su perfume todavía presente en mi otra mano. Me corrí sobre mí mismo. Gocé de la explosión de mi propio chorro caliente. Abdomen, pecho y cara quedaron pringados de mí.
Aquella noche dormí sobre mi propia eyaculación. Era la segunda vez que me tendía sobre mi propio semen.
Húmedo y caliente
Estas memorias están teniendo, afortunadamente, una gran aceptación entre los lectores. Lo demuestran el gran número de visitas que tiene semana tras semana y los comentarios que recibe. Por eso, de acuerdo con la dirección de Estrella Digital, he pensado realizar, dentro de la sección, un Experimento sexual: quiero que los lectores de ‘Memorias de un Libertino’ puedan publicar también sus relatos. Sus sueños. Sus experiencias. Sus deseos ocultos.
El tema erótico será libre. Sólo pido que el texto no sea mucho más de un folio de extensión y que mantenga un mínimo de buen gusto. Se podrán firmar con seudónimo y se respetará el máximo de discreción. Tanto se respetará que los relatos NO deberán enviarse a la redacción de Estrella Digital sino a [email protected] Este es un correo creado, especialmente, para recibirlos y para que sirva también para aclarar cualquier duda o consulta.
Por supuesto, si alguien lo solicita, puedo también ayudarle literariamente a mejorar su texto.
Esperamos recibir muchos relatos.
Memorias de un libertino