Dispongo de las mejores referencias de don Cristóbal Montoro. Un hombre de amplísima experiencia política y ejecutiva, muy bien dotado para el parlamentarismo y hacendista de prestigio europeo. Sin embargo, cuando se encierra en su laboratorio de ideas es muy capaz de inventar la pólvora. Acaba de publicitar uno de sus descubrimientos: empapelar a los cargos públicos que despilfarren los fondos que todos los ciudadanos ponemos a su disposición pagando los impuestos religiosamente. Y con este mensaje anda dando la lata por toda España, a pesar de las matizaciones de la Vicepresidenta Soraya, que añade a sus muchas funciones incorpora ahora la de bombero de los fuegos que van encendiendo sus compañeros de gabinete. Montoro es un experto en cuadrar balances pero como inventor es un auténtico chapuzas.
Habría que recordarle a Montoro, aunque no creo que sea necesario, que nuestro código penal contempla ya todos los supuestos a los que se refiere el ministro y las penas correspondientes. Cualquier estudiante de derecho podría declamar de memoria los pecados capitales del servidor público y las penitencias que le esperan: malversación de fondos públicos, prevaricación, apropiación indebida, falsedad documental, aprovechamiento en beneficio propio o de terceros y cohecho. Figuras jurídicas perfectamente definidas y aplicables a los políticos que meten las manos en la caja o administran dolosamente las partidas que se ponen a su disposición. Existe también una relación muy completa de las posibles faltas de los funcionarios públicos destinados en las áreas económicas y financieras de la administración y las sanciones que les puedan caer encima. Añadan ustedes el cuerpo de interventores del Estado y el Tribunal de Cuentas y completarán el dispositivo previsto para ahorrarnos disgustos y quebraderos de cabeza. Localizado el infractor o el delincuente se le expedienta o se le procesa. Así de claro.
Montoro habla de despilfarro y yo me pregunto qué entiende él por despilfarrar. Se referirá, por ejemplo, a la organización de carreras de Fórmula 1 en Valencia y los costos elevadísimos de esa iniciativa, al soterramiento de la vía de circunvalación de Madrid, a las vistosas ciudades de las artes o las ciencias levantadas en los cuatros puntos cardinales de España, a dotar de universidades o de aeropuertos sin aviones a cada ciudad que los reivindica y a tantas y tantas obras suntuarias que se han financiado con dinero público en tantos lugares. Calificará Montoro quizás los planteamientos de aquellos gobiernos autonómicos que han pretendido equiparar sus regiones a las más dotadas liándose la manta del déficit a la cabeza. Todos sabemos, también Montoro, que los gobernantes presupuestaron utilizando como referencia los ingresos millonarios que había entonces. Llegaron después las vacas flacas y los financieros públicos se quedaron con el culo al aire.
La sociedad española en su conjunto ha gastado más de lo que ingresaba. Lo viene haciendo desde que yo tengo memoria: vivir de los anticipos de las pagas extras, comprar a crédito, pagar a plazos, firmar letras de cambio, pedir dinero prestado o recurrir al viejo truco de “apúntemelo en la cuenta señor tendero”. Costumbres que forman parte de nuestra tradición y nuestra cultura. ¿Cuántos españoles tendrían su casa en propiedad, un buen coche, el pisito en la playa y a los hijos estudiando en el extranjero gastándose sólo lo que ganaban o tirando de los ahorros? Muy pocos. Un amigo taxista me aseguraba que cada final de mes tenía una idea muy ajustada de la situación de la economía doméstica. Bastaba con contar las bolsas de alimentos que las amas de casa acarreaban cuando salían de los hiper de los grandes almacenes. Si eran muchas, las cosas iban mal y la tarjeta de pago aplazado había salvado la situación. Ya se pagará el mes que viene.
Aplíquese pues con rigor señor Montoro el llamado techo de gasto y la limitación constitucional de déficit público. Métase en la cárcel a todos los chorizos que han embarrado la política y sanciónese como corresponde las faltas de los representantes públicos que vulneren la norma. Inventar otra vez la pólvora y jugar con el fuego de reinventar las leyes es muy peligroso.
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Fernando González