lunes, noviembre 25, 2024
- Publicidad -

De Fraga a Atocha

No te pierdas...

Sin gloria, pero con pena, ha pasado el treinta y cinco aniversario de la matanza de Atocha, uno de los hechos cualitativamente más relevantes de la transición española. Coincide en el tiempo con la muerte natural de Manuel Fraga, ya de muy avanzada edad. Los grandes hechos se desdibujan con el tiempo y lo más inmediato se borrará pronto de la realidad porque, al fin y al cabo, Don Manuel ya no era un estandarte para las nuevas generaciones del PP.

En cambio encuentro en su salida discreta y silenciosa, –más allá de los homenajes póstumos en este país siempre exagerados –, una nota más de su personalidad confusa y contradictoria. Con mucho fue el ideólogo de la derecha nacional. El autor de la llamada mayoría natural. El fundador de la herramienta política más importante de la derecha democrática española en toda su historia. Y el maquilador más sutil de la dictadura con sus pinceladas aperturistas, su toque londinense y su extraordinaria capacidad dialéctica. Es obvio que ni Aznar, ni mucho menos Rajoy, le llegan a la suela de los grandes zapatos que desgastó recorriendo una y mil veces pasillos y carreteras de España. Y es cierto, también, que sin su extraordinaria ductilidad y su posibilismo nunca se hubieran hecho dos cosas de especial relevancia para nuestro país: la primera, encabezar la manifestación del 28 de febrero de 1981 en defensa de la democracia junto al resto de las fuerzas democráticas, demostrando así la clara complicidad en el proceso por parte de aquella compleja Alianza Popular de los siete magníficos; la segunda, abrir las puertas al relevo cuando la evidencia de su desgaste limitaba las opciones de su partido para lograr desbancar la hegemonía socialista.

Coincide el aniversario de la muerte de los abogados laboralistas de Comisiones Obreras con este hecho singular de la pérdida de un padre de la patria. Tiene importancia, porque ellos con su muerte a manos de un escuadrón de la extrema derecha con siniestras vinculaciones con el aparato policial de entonces, el sindicato vertical del transporte y con Fuerza Nueva, contribuyeron también a que la transición diera un paso de gigante hacia la instauración de un régimen de libertades plenamente democrático tan, por cierto, severamente cuestionado por el 15M y de tan contundente eficacia durante treinta y cinco años de estabilidad institucional en un país de pocos periodos prolongados de paz democrática.

Y lo hicieron porque su muerte puso en marcha una de las maquinarias más espectaculares de la época: el PCE. Y su actuación en un complejo momento, serena y firme, con un control extraordinario de los impulsos y de los sentimientos y con una brillante demostración de prudencia y sensibilidad para no facilitar la involución que se buscaba, fue uno de los puntales sobre los que Adolfo Suarez situó su estrategia de implantación de nuestro actual sistema constitucional. Pocos meses después, el PCE comparecía ya legalmente ante las urnas como una fuerza más.

Aquel acelerón en la política suarista fue logrado, sin duda, por la fuerza imponente que demostró el PCE ante la Monarquía, las instituciones del capital y la clase política institucionalizada, tanto como en las cancillerías europeas o el los servicios secretos soviéticos y norteamericanos: todos deslumbrados por el renacimiento pacifico y consecuente de quienes tendían la mano para abrir las puertas de la nueva sociedad española en un clima de concordia inusual en nuestra historia.

El compromiso postfranquista de Fraga en 1981, y la contención del PCE en los momentos iniciales de la transición fueron dos elementos con los que el proceso abierto por el joven Suárez de transformación política y la transición democrática pudieron contar para que ahora veamos con la imprudencia propia de quienes abjuran de lo viejo y usado con ligereza, este sistema como un engendro que sólo fabrica casos de corrupción.

Más allá de esa visión crítica, la historia nos enseña que para los tiempos que fueron tuvimos, lagunas y oquedades de difícil digestión aparte y con la fuerza transformadora de la inmensa mayoría como motor imprescindible, una oportunidad aprovechada que si bien dejó charcos de sangre como los de Atocha, sirvió para ahorrar otras sangres tan fácilmente derramables en un país que aún arrastra las cadenas de su pasado menos próximo como un estigma que nos recuerda lo sencillo que es caer en la tentación de la autodestrucción civil. Y militar, por supuesto.

Estrella Digital respeta y promueve la libertad de prensa y de expresión. Las opiniones de los columnistas son libres y propias y no tienen que ser necesariamente compartidas por la línea editorial del periódico.

Rafael García Rico

Relacionadas

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Publicidad -

Últimas noticias

- Publicidad -