La realidad es tozuda. La economía española está en el filo de la navaja de la recesión y nadie espera milagros ni a corto ni a medio plazo. Peor aún: el paro sigue creciendo y todo apunta a que en los próximos meses, el número de desempleados rebasará con creces los cinco millones. Por otra parte, los datos que suministra el Banco de España indican que la salud de los bancos nacionales no es todo lo boyante que nos habían querido hacer creer hace unos meses con todo aquél exagerado show de los «estrés test». Algunos están peor que otros, pero unos y otros necesitarían captar 50.000 millones de euros para que sus accionistas y clientes pudieran dormir más tranquilos. El resultado de todo lo que uno lee y oye decir sobre estas cuestiones podría resumirse en esta idea: nos aguardan tres o cuatro años muy duros, si es que no son más, porque a nuestros problemas específicos se suman los de los restantes países de la zona euro.
Por desgracia, el efecto psicológico positivo que aparejaba el cambio de Gobierno se ha diluido o está a punto de evaporarse. En parte por la escasa incidencia de las primeras medidas adoptadas (las subidas de impuestos no reactivan la economía, la retraen) y, en parte, por las dudas que sigue suscitando en orden a generar empleo, la anunciada y todavía no nata reforma laboral. Más que reducir la cuantía de las indemnizaciones por despido, lo que es seguro que revitalizaría la actividad empresarial es que los bancos concedieran créditos. Sin dinero no se puede crear empleo, pero los bancos, pese a las ayudas estatales recibidas, no están por la labor pues todo su afán se concentra en tapar los agujeros que el «ladrillazo» les dejó en sus balances contables. El resultado de todo esto es que en los próximos cuatro años los contribuyentes que aún conservamos un empleo vamos a trabajar para pagar impuestos con los que España hará frente a los intereses de la faraónica deuda en la que nos han sumido las alegrías y el despilfarro de algunos alcaldes y la mayoría de los responsables de las comunidades autónomas. Sin olvidar, claro, a quienes desde el Gobierno central nos embarcaron en proyectos de aeropuertos, autopistas, rotondas o multimillonarias ayudas económicas a determinados países y colectivos sociales. No nos lo podíamos permitir, pero ellos, los políticos, no querían renunciar a la foto. Gastar como un nuevo rico, sin serlo de verdad, se paga muy caro. Y en eso estamos.
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Fermín Bocos