Se acercaban las 11 de la noche en el bar del hotel Hyatt el domingo, y la prensa que cubría la campaña de Newt Gingrich disfrutaba de unas copas cuando se acercó una figura familiar.
Gingrich puso una mano en los hombros de dos mujeres a la mesa y soltó una bomba. «Va a salir un nuevo sondeo», anunciaba. «Estoy a cinco puntos de Romney… Voy a toda máquina».
Es difícil decir qué parte fue la más penosa: ¿Que un candidato presidencial estuviera perdiendo la noche en el bar de un hotel (era su segunda visita a la mesa de los periodistas esa noche)? ¿Que pensara que tenía que hacerse su propia promoción? ¿Que la encuesta que promocionaba era un «robo-sondeo», una encuesta informática? ¿O que el encuestador que la llevaba a cabo solía trabajar para Gingrich?
En realidad, los sondeos reales sitúan a Gingrich por detrás de Mitt Romney por un margen superior a los 10 enteros. Aun así, Gingrich mantiene el rumbo, dejando un rastro de invenciones, insultos y tierra quemada de Miami a Pensacola.
Durante el curso de la mañana el lunes, anunció erróneamente «un nuevo sondeo» que situaba la campaña en empate técnico, insinuó falsamente que Nancy Reagan le había dado su apoyo como único heredero del movimiento de su marido, y canceló una rueda de prensa porque, según su portavoz, estaba «cabreado con la prensa».
Hizo referencias de tintes religiosos a su rival mormón en dos escalas de campaña, acusando a Romney de discriminar a los católicos y los judíos. «Me parece que tenemos que tener un gobierno que respete nuestras tradiciones», anunciaba Gingrich en un mitin de Tampa. «Estoy bastante harto de que me den lecciones de respeto a las demás religiones del planeta. Quiero que se respeten nuestras religiones».
¿De manera que Estados Unidos tiene ahora religión oficial?
Apenas había acabado de sonar ese eufemismo electoral en el hangar del aeropuerto cuando Gingrich soltaba otro, aludiendo a un multimillonario de izquierdas de origen judío: «Hay que enviar un mensaje a George Soros, a Goldman Sachs, a las instituciones de Nueva York y Washington enteras», atronaba. «El poder del dinero no puede comprar el poder popular».
Pero Gingrich está perdiendo el tirón popular. A medida que las multitudes se reducen y las cifras de los sondeos se desploman, la prensa que le sigue ha empezado a disolverse. Al despegar el lunes a bordo de su avión de campaña — un 737 utilizado supuestamente por el equipo Miami Heat y tripulado por Moby Dick Airways — había dejado de tener contingente mediático. Después de que la prensa se negara a abonar los 2.000 dólares por cabeza del fin de semana por volar con Gingrich a un único mitin, la campaña castigaba a la prensa cancelando identificaciones.
Para tratar de alcanzar a Gingrich, unos cuantos periodistas se montaban su propio operativo, mientras una veintena más se perdía la mitad de los mítines del candidato persiguiéndole por Florida en autobús. La campaña de Santorum, tratando de sacar tajada de la ruptura, enviaba un correo electrónico a los periodistas a bordo del autobús Gingrich: «Si podemos contratar un servicio chárter mañana, ¿estaríais interesados en venir?» preguntaba. «Sé que el desplazamiento ha sido duro para todos».
En realidad, soportar las salidas de tono de Gingrich es la parte más dura. El lunes, decía a sus partidarios: «Acabamos de tener noticias de un nuevo sondeo que sale a la luz dentro de una hora más o menos que dice que vamos en empate…» Los presentes estallaban en cánticos de «¡Newt! ¡Newt! ¡Newt!»
Cuando los periodistas pidieron detalles, el portavoz de Gingrich distribuía un sondeo «Dixie Strategies» — llevado a cabo la semana pasada y publicado el viernes.
Sin duda la campaña de Gingrich ha manipulado a la prensa lo suficiente. Su equipo había convocado una rueda de prensa la tarde del lunes en Tampa, y muchos de los pesos pesados — el periodista de la Fox Carl Cameron, el de la ABC Terry Moran, John Dickerson en la CBS — estaban a mano, pero a minutos del mitin, la campaña lo cancelaba.
Cuando periodistas desafiantes trataban de cerrar el paso al candidato, las cosas se pusieron delicadas. Un caballero echó mano al periodista del Huffington Post Jon Ward para impedirle acercarse. «Soy de la organización. ¿Quiere ir a la cárcel?» decía el caballero.
Pero no había ánimos más caldeados que los de Gingrich. El Presidente Obama es «cada vez más dictatorial» y mantiene «una guerra contra la religión». Romney es «un progre» y es «ajeno a la honestidad» y «se niega a permitir a los católicos el derecho de conciencia» y «recortó los almuerzos Kosher de los afiliados judíos al programa Medicaid de la tercera edad».
Gingrich, medio cuerpo saliendo por encima de la palestra mientras lanzaba sus envites sin notas, prometía que habría más críticas que verter. Decía que no debería de «caber ninguna duda» de que seguirá en la campaña tras Florida. «Los barones de los dos partidos están aterrorizados», se jactaba.
Bueno, desde luego los Republicanos lo están.
Estrella Digital respeta y promueve la libertad de prensa y de expresión. Las opiniones de los columnistas son libres y propias y no tienen que ser necesariamente compartidas por la línea editorial del periódico.
Dana Milbank