Cuando esta mañana me he despertado he hecho lo que todos los días de mi vida: poner la radio para escuchar las noticias, lo que me permite salir a la calle con un conocimiento bastante aproximado de lo que ha ocurrido durante la noche en el mundo. Pero hoy he tenido la tentación de quedarme arrebujadita entre las sábanas, alarmada por quienes nos alertaban sobre el aire gélido que llegaba a España procedente de Siberia tras dejar más de 80 muertos en Europa. El panorama que describían los hombres del tiempo, bien aderezado por los budas de las ondas matutinas, era aterrador, de manera que empecé a buscar en mi armario alguna prenda tipo esquimal que me preservara del frío y de las bajas temperaturas. Ante la imposibilidad de encontrar el modelo apropiado para tan difícil trance, decidí lanzarme a la calle como suelo hacerlo el resto de los días en esta época del año: jersey de cuello alto, pantalones, botines de ante, y un plumas. Mi sorpresa fue mayúscula cuando comprobé que sí, que hacía frío, pero el lógico teniendo en cuenta que estamos en pleno invierno.
Creo que fue el ex presidente de Cantabria Miguel Ángel Revilla quién se quejó del daño que estas alarmantes noticias sobre la meteorología hacían un daño tremendo a la economía española. ¡Quién se va a desplazar a cualquier ciudad si no sabes si llegarás a tu destino! Algo que he podido comprobar hoy mismo: la gente asustada por lo que oía en los telediarios, se ha quedado en su casa, razón por la cuál el supermercado estaba vacío, en la peluquería había dos personas, y en el banco ninguna. Ya sé que no es un periplo demasiado extenso el de mi barrio, y que en las oficinas, las fábricas, las tiendas, se trabajaba con total normalidad, pero me parece lo suficientemente ilustrativo como para hacer recapacitar a quiénes desde bien tempranito se dedican a contarnos lo que ocurre en el mundo, en un tono digno de un espectáculo circense, sin darse cuenta de que lo normal en esta época del año es que haga frío, llueva o nieve.
Con esto no quiero culpar a nadie en concreto de que se consuma menos, o de que muchas tiendas se vean obligadas a cerrar por falta de clientes, pero sí estoy convencida de que si entre todos no colaboramos en inyectar un poquito de alegría a los ciudadanos, esto se va al garete. No es un secreto que la gente tiene miedo a lo que pueda ocurrirle, que el nivel de vida de la mayoría ha bajado, pero también lo es que si queremos salir de este atolladero, algo habrá que hacer. Todo menos dejar de consumir porque entraríamos en un circulo vicioso, ya lo estamos, que sería la ruina de muchas pequeñas empresas que están intentando hacer frente a la crisis como pueden, incluso hipotecando su patrimonio, para no tener que despedir a los dos o tres empleados que depende de ellos. Demos las malas noticias porque no hacerlo sería otra forma de censura, pero hagámoslo sin echarle demasiada sal a la herida.
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Rosa Villacastín