Facebook sale a bolsa.Y lo hace con una declaración mesiánica sobre la identidad de sus usuarios, las relaciones sociales, la información, la economía o la política. Un estilo hacker reivindicado por su fundador Mark Zuckerberg que recuerda la ensoñación de tantos líderes y personajes de lo mejor y lo peor de la historia. Una democratización radical de la sociedad y la tecnología bajo el control 2.0 de la plataforma de Facebook. Para unos, una liberación; para otros, una distopía donde identidad y espacio público acaban privatizados, sometidos a las reglas del negocio y el mercado en un neofeudalismo digital.
La red social que ha atrapado a 845 millones de personas en todo el mundo avisa a sus futuros accionistas: la economía de las redes sociales se basa en la gente y lo que comparten. Un valor inmaterial y un activo para la plataforma creado por los usuarios, desarrolladores, empresas e instituciones que utilizan el ecosistema azul para comunicarse, informarse, entretenerse, comprar o interactuar.
Zuckerberg lo deja claro en una carta a los accionistas. No es la primera vez en la economía de internet. Larry Page y Sergey Brin, fundadores de Google, lo hicieron en 2004 cuando el gran buscador llegó al parqué. Pero se conformaron con explicar su idea de una empresa volcada en la creatividad, en el libre acceso a la información en todo el mundo, dedicada a sus usuarios y al beneficio a largo plazo. Antídoto contra la presión de los resultados trimestrales.
Su fundador presenta a Facebook como una empresa revolucionaria, dedicada a “hacer el mundo más abierto y conectado”. A dar “una voz a todo el mundo para ayudar a transformar la sociedad para el futuro”. Y también el consumo y distribución de información, la economía y la política.
No es casualidad que hace unos días la compañía cifrara en 15.300 millones de euros y 232.000 empleos su impacto en la economía de Europa. El estudio sigue a uno anterior sobre la economía de las aplicaciones en Estados Unidos, valorada en 15.710 millones de dólares y en 182 mil empleos.
“No creamos servicios para hacer dinero, hacemos negocio al construir mejores servicios”, es la promesa de Zuckerberger.
La fortaleza de Facebook es también su debilidad. La confianza de los usuarios es esencial para un negocio basado en la gestión de la identidad de dominio público (la que se muestra en las redes), el grafo social de las relaciones y la distribución social de la información y los contenidos. El negocio no puede quebrarla como acaba de amenazar en Twitter.
Facebook necesita aumentar su infraestructura tecnológica y solucionar los conflictos con la privacidad, la libertad de los usuarios y la gestión de sus contenidos tanto como aumentar sus ingresos de publicidad y de pago.
La red social es por ahora un jardín vallado. Acapara datos, contenidos y negocio mientras redistribuye tráfico con ese botón Me gusta que junto a los comentarios produce 2.700 millones de interacciones diarias. Para muchos, Facebook es internet, como en su día fue Google. Pero si la plataforma quiere mantener su éxito debe ser tan abierta y transparente como reclama para el resto de la vida y la sociedad. Si el jardín vallado se convierte en una cárcel de la identidad, un panopticón al estilo de Jeremy Bentham o un sinopticón donde todos vigilan a todos, la revolución digital fracasará como tantas.
Facebook ha contribuido a la creación de nuevos espacios públicos y de privacidad publicada. Si su entrada en los mercados aumenta su privatización y mercantilización, el estilo hacker ser convertirá en pesadilla totalitaria.
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Juan Varela