El problema del agua en España viene de largo. Casi desde la eternidad. Esta tierra se divide desde entonces en la España seca y la España húmeda y, desde entonces también, se ha querido solucionar el problema de una manera u otra. Porque lo cierto es que en la España húmeda sobra agua y en la España seca falta agua.
¿Y por qué no se ha solucionado nunca? Sencillamente, porque los españoles no somos solidarios. Así de fácil. Y menos ahora que nos hemos convertido en aldeanos. Ahora, y pese a que el Tribunal Constitucional anda cargándose algunos nuevos estatutos de autonomía, en nuestra locura insolidaria hemos llegado a parcelar los ríos. Los ríos de España ya no son, según esos estatutos, ríos de todos. Ahora son ríos de la tierra por donde pasan. Otra locura más que tendremos que agradecer al zapaterismo.
A Zapatero hay que culparle de muchas barrabasadas pero, especialmente, de una. Posiblemente, del mayor pecado que cometió durante su mandato. Y ese pecado fue cargarse el Plan Hidrológico Nacional que había consensuado Aznar por primera vez en España desde que España existe con todas la fuerzas políticas, incluida, el PSOE.
Zapatero se lo cargó porque sí. En aquel afán adanista con que perseguía todo. En su lugar, puso en marcha un plan de desaladoras que tuvo que abandonar al poco tiempo porque eran más caras que los trasvases y, además, contaminaban mucho más y tenían fecha de caducidad. En definitiva, que seguimos teniendo nuestro problema eterno.
Ahora el ministro Cañete acaba de anunciar que pondrá en marcha un nuevo plan hidrológico nacional al que llamará Pacto Nacional del Agua.
Un nuevo intento por resolver nuestro problema endémico. Me temo lo peor. Porque estoy seguro de que, con él, volverá a destapar la Caja de los Truenos tribales en España. Algo insuperable que consigue sacar lo peor de nosotros mismos: el egoísmo pueblerino que tenemos.
Creo que en Aragón ya han empezado. No tenemos remedio.
Pinocchio