“¡Dios nos libre del día de las alabanzas!”, decía con frecuencia mi abuela -bueno, casi todas las abuelas- para referirse a las innumerables virtudes que adornaban sin remedio a todo aquel que acababa de fallecer, y que nadie había reconocido hasta la jornada del óbito. He vuelto a recordar la frase tras la muerte de la cantante Whitney Houston y los consiguientes homenajes en la entrega de los premios Grammy. Noticia y homenaje han sido glosadas, ¡Y de qué manera! en todos los medios de comunicación. Portadas, biografías, catálogos de éxitos, glosas sobre lo malísimo que le había salido el marido, circunstancias de la muerte, asistencia médica a la pobre hija destrozada por la mala nueva…, dieron paso a los testimonios hablados o cantados de todo el mundillo musical y del espectáculo norteamericano.
Para corresponder a sus colegas de aquel país, varios medios audiovisuales de aquí no dudaron en denominarla “la mejor voz femenina de América”, sin tener en cuenta en el improvisado ranking ni a su tía Dionne Warwick, ni a su medio madrina Aretha Franklin. ¡”Vamos!” ¬pensaría el periodista de turno¬ “me voy a ahorrar yo un adjetivo con lo bien que me ha quedado la necrológica”. (Que conste que me encanta la voz y varias de las canciones de Whitney; otra cosa es esta mala costumbre de la grandilocuencia admirativa).
Algo similar ocurrió hace una semana, tras la muerte de Antoni Tàpies, según los entendidos, una gran figura de la pintura y escultura de los últimos cien años. Portadas, hagiografías, comentarios, testimonios laudatorios de figuras populares ¬muchas de las cuales entendían de su arte lo mismo que yo; es decir, poco¬ y hasta ¬hecho insólito y digno de elogio¬ minuto de silencio antes del partido de fútbol entre Barça y Valencia.
En cualquier caso, y entrambos, los espacios culturales de todos los medios han contado con noticias que merecían portada y han causado la satisfacción de sus responsables, felicitados por el trabajo bien hecho. Pues, vale. O no. Cierto que se trataba de noticias “que había que dar” y “dar bien”, y se ha hecho. El problema no es lo que se dado, sino lo que se deja de dar. Volcados en necrológicas y efemérides (todas ellas, de gran éxito popular), nos olvidamos de una de las funciones principales de los medios de comunicación: descubrir y divulgar lo nuevo, lo distinto, lo pionero. ¿Cuántos grupos de teatro ensayan, adaptan o preparan obras que nunca han sido estrenadas?; ¿Cuántos jóvenes se encierran en garajes para preparar la maqueta de una música que les pueda dar a conocer? ¿Cuántos pintores, o escultores, se afanan en pagar de su bolsillo esa exposición colectiva que abra puertas a sus obras? ¿Cuánto daría cualquiera de los nombrados por asomar a un telediario, a una página de periódico?
Sueño imposible. En las redacciones siempre falta gente, en la sección de cultura cabe lo que cabe, y tampoco es cuestión de invertir tiempo y espacio en gente que no conoce nadie. Si tienen suerte, y triunfan, ya tendrán, cuando les llegue el día de las alabanzas, una buena necrológica.
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Jaime Olmo Mitre