A doña Dolores de Cospedal se le ve menos por Toledo que al Emperador Carlos I. Aquel hombre sólo recalaba en el toledano Palacio de Fuensalida, sede entonces de la corona, y hoy de la Comunidad, para preñar a su mujer la Reina Isabel, subir los impuestos, firmar algún decreto real que otro y ratificar las bulas papales. Inmediatamente se volvía a Flandes para disfrutar de la cerveza de los Países Bajos. Desde allí gobernaba el Reino de España bien asesorado por sus cortesanos.
Cospedal ganó las pasadas elecciones autonómicas por un solo escaño y desde entonces ha formado dos gabinetes distintos, ha tenido dos directores de informativos diferentes en su TV regional, ha presentado un proyecto de ley dedicado a los pocos emprendedores registrados en Castilla la Mancha y ha anunciado la privatización de cuatro hospitales públicos de cobertura comarcal. Habitar de vez en cuando en Fuensalida debe imprimir carácter y a Cospedal se le van pegando algunas manías de los Austrias. Sin ir más lejos, como si fuera la Reina Juana, se niega a enterrar el cadáver político de su antecesor José María Barreda y lo exhibe como si fuera el causante de las plagas bíblicas que asolaron Egipto. Viaja con el túmulo por toda La Mancha y lo coloca en el escenario cada vez que alguien pregunta por los compromisos electorales que formuló el pasado mes de mayo. Todo lo que quería hacer y ahora no puede se le suma al debe de la herencia recibida y a los impagados encontrados en los cajones. El único problema con el que se puede encontrar Cospedal es que, pasados ya nueve meses, esta estrategia podría terminar por oler tan mal como los restos insepultos de Felipe el Hermoso, tan querido por aquella monarca enamorada.
Rajoy es una persona agradecida y a las pruebas me remito: ha mantenido a Cospedal en la secretaría general contra el viento de la perplejidad y la marea del descontento de muchos barones del Partido Popular. También es cierto que no se daban las condiciones oportunas para ponerle trabas al Presidente de la mayoría absoluta. Y así fue como Cospedal aprovechó la noche sevillana para cargarse la figura del coordinador fiscalizador que le querían colar y apartar de la dirección del partido a Soraya Sáez de Santamaría y Ana Mato. ¡Todo el poder para Cospedal!
Ahora Cospedal ha vuelto al trapecio. Ascenderá nuevamente con soltura por las escalerillas de cuerdas y se aupará en el trampolín, agarrará firmemente el balancín y volará sobre la pista de la política nacional. De Madrid a Toledo, de Toledo a Madrid y viceversa, hasta provocar los aplausos de la concurrencia. Parece difícil, pero ella lo hace fácil. Se ha convertido en una parte del todo y en el todo mismo, algo incomprensible en la lógica aristotélica. Pero ella lo va a conseguir y cuando resuelva algún problema que afecte a varias regiones vecinas, gobernadas todas ellas por compañeros del partido, aprovechará perfectamente el poder añadido que acaba de otorgarle Mariano Rajoy. Los que discrepen ya pueden tentarse la ropa antes de levantar la voz, Cospedal tiene el privilegio de pasearse por los aposentos reales de Fuensalida y cualquier día de estos puede convertirse en Grande de España.
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Fernando González