Tenemos un sistema educativo que cuesta demasiado en los primeros años -faltan plazas públicas y menos mal que contamos con el apoyo impagable, muchas veces impagado, de los abuelos-, que luego es gratis total hasta los 16 años, que tampoco sería sostenible sin la enseñanza concertada, y que cuando se llega a la Universidad vuelve a ser prácticamente gratis.
La enseñanza obligatoria y gratuita es una conquista social que hoy nadie pone en duda, y que fue una conquista empujada por los gobiernos socialistas. Esa enseñanza para todos, sin embargo, ha tirado sus niveles por culpa de teorías y reformas educativas, también socialistas, que han primado la igualdad frente al esfuerzo y el aprobado general frente al mérito. Un índice de fracaso escolar de más de 32 por ciento es inasumible en educación y en cualquier actividad. Eso cambia en la Formación Profesional donde tenemos unos 600.000 alumnos que, en su mayoría encuentran trabajo con facilidad, pero que es una enseñanza desprestigiada y donde también ha bajado en los últimos años el tiempo que se dedica a prácticas, que debería ser el mayor.
Pero lo más grave está en la Universidad. Tenemos un millón seiscientos mil universitarios que cuestan unos 12.000 euros anuales de media, de los que ellos o sus familias -pobres o riquísimas- pagan un escaso diez por ciento y el resto todos los contribuyentes. Además, 362.000, un 22 por ciento, tienen una beca. Más de 1.118 millones de euros extras. En las últimas décadas se ha ido rebajando el nivel de exigencia y si no fuera por la formación colateral que buscan muchos -a costa del sacrificio de sus familias- la nota media sería de suspenso. Como es natural, en el total hay un veinte por ciento espléndido, muchos de los cuales se están yendo al extranjero; un cincuenta por ciento de nivel medio-bajo; y un treinta por ciento que no merecen estar en la Universidad por dos motivos: no estudian y les pagamos todos su pérdida de tiempo, su fraude social.
Ahora Educación quiere endurecer los requisitos de las becas y que las calificaciones pesen más. Dicho de otra manera, que haya que estudiar y aprobar para sacar o mantener la beca. ¡Increíble! Algunos se han llevado las manos a la cabeza. No debería haber ni un solo estudiante con capacidad que se quedara sin ir a la Universidad por falta de medios. Pero, con las lógicas excepciones por causas razonables y legítimas, no debería haber ningún universitario que mantuviera la beca tras suspender. Si me apuran, incluso los que no tienen beca deberían pagar una cantidad mucho más cercana al coste real de la enseñanza si no demuestran su aprovechamiento. Yo apostaría incluso por cambiar radicalmente el sistema: convertir las becas en préstamos al estudiante que no pagaría si obtiene buenos rendimiento académicos. Hay que estimular es esfuerzo y no pagar a ineficientes. A ver si se atreven a diseñar un sistema justo que acabe con la demagogia.
Francisco Muro de Iscar