Lo que ha ocurrido en el PSOE de Castilla-La Mancha es digno de estudio. La única parte que quería que Emiliano García-Page fuera el nuevo secretario general del partido eran las bases socialistas. Ni el que se va, Barreda, ni el que llega, Page, querían. El elegido es hombre discreto, cercano, simpático, heredero de la forma de hacer política de Bono y, sobre todo, de los pocos alcaldes que aguantaron el tipo electoral en las municipales. Además, en su calidad de exconsejero es conocido y reconocido en la región como pocos.
Su paso por el gobierno regional tuvo los días contados cuando Bono se fue a Madrid y dejó a Barreda al frente del gobierno regional. El de Ciudad Real fue apartando poco a poco al de Toledo, hasta que hace cuatro años lo empujó definitivamente fuera de su corte del Palacio de Fuensalida. Las discrepancias entre ambos eran, y siguen siendo, más que notables y Page llegó incluso a valorar la posibilidad de no aceptar la candidatura a la alcaldía de la capital castellano-manchega. No se sintió en absoluto bien tratado, pero, al mismo tiempo sabía, que si no aceptaba se quedaría fuera para siempre. Exactamente igual que ahora.
Lo último que quería Barreda era ver a García-Page en el sillón que él ha ocupado hasta ahora. Sus malas relaciones, como suele ocurrir en estos casos, no solo las protagonizaban ellos, sino también, y con más virulencia, sus respectivos equipos de colaboradores y asesores. Barreda nunca le he reconocido cualidades de liderazgo, pero el clamor de las bases y el “trabajo” de Bono han sido lo suficientemente elocuentes como para “dar su brazo a torcer”. A su pesar. Haber colocado un candidato alternativo habría hecho volar por los aires la débil unidad en el partido tras las pavorosas derrotas. Y ahí Barreda, aunque obligado, sí ha hecho un ejercicio de responsabilidad. De lo pocos a los que nos tenía acostumbrados en los últimos tiempos.
También lo ha hecho García-Page, que para aceptar el cargo ha tenido que tragar quina a granel. Él no quería por mucho que ahora se le vea feliz e ilusionado. No le queda otra y tiene que jugar ese papel para devolver la confianza a su electorado. Pero lo va a tener complicado. La herencia que ha dejado Barreda en Castilla-La Mancha y su sombra, por lo que se ve, es tan alargada que va a tener muy poco margen de maniobra. Es cierto que el nuevo secretario general socialista no participó en los cuatro últimos y desastrosos años de gobierno, pero va a ser el que, injustamente, y como se ha escuchado decir en privado a sus hombre de confianza, se va a comer “la mierda” que ha dejado Barreda. Su planteamiento de oposición ha de ser, por tanto, muy inteligente para que no le sonrojen por una gestión de la que es ajeno. Por eso no quería el cargo. Natural.
Así que nos encontramos con un partido en el que ni el que se va, ni el que se queda querían estar donde les ha colocado el destino político.
Mal invento.
¿Y Bono, está donde quería? Parece que tampoco.
Quebrantahuesos