Permítanme un desahogo personal y hasta una mirada al ombligo. Déjenme hablar de mi profesión y hacerlo críticamente. Ya saben ustedes que esa máxima de que «perro no muerde a perro» no es verdad ni entre los chuchos ni entre los periodistas ni en casi ninguna profesión. Seremos corporativistas, pero cuando alguien de la competencia se pone a tiro, el bocado puede ser salvaje.
Es cierto que hay muchos medios que tienen códigos deontológicos y que presumen de ellos siempre que pueden. Pero en la mayor parte de los casos están guardados en las bibliotecas, virtuales o no, y ni siquiera forman parte del decorado de la sala donde se debaten las noticias de portada o los editoriales. Los periodistas denunciamos con razón que, por ejemplo, los vocales del Poder Judicial o del Tribunal Constitucional votan por norma siguiendo la doctrina -no hace falta hablar de disciplina- del partido que les llevó al cargo. O que se aferran a éste, que hubiera debido ser renovado años atrás, para no romper la economía de fuerzas, políticas por supuesto, lo que hace que órganos tan importantes acaben perdiendo su legitimidad. Pero en los medios sucede lo mismo y algunos tienen puesto el titular antes de que llegue la información y en otros no importa que lo que se dice sea o no verdad. Lo que importa son los intereses del medio o de quien lo sustenta, que en muchos casos no son sólo los lectores ni los anunciantes.
No hablemos ya de la presunción de inocencia. En demasiados casos, los medios dictan presunción de culpabilidad y quien se siente inocente, incluso quien ha sido juzgado y absuelto, será culpable toda la vida porque ha perdido, sin posibilidad de defensa, el juicio de los medios. Cierto que en la mayoría de esos casos -Garzón, Urdangarin, Camps, Blanco, por sólo citar algunos de los más recientes y de distinto signo- no sólo los medios son culpables. Los sumarios «secretos» se publican con pelos y señales sin que los que ni siquiera han sido imputados los conozcan ni puedan defenderse. Hasta se publican piezas que luego no aparecen en el sumario. Prácticamente ningún juez o ningún funcionario es sancionado por esas filtraciones porque casi siempre fracasan las investigaciones, tan pertinentes como inútiles. Los platós de televisión no pueden sustituir a las salas de vistas ni los periodistas, o los que lo parecen aunque no lo sean, a los jueces.
Se está produciendo un grave daño institucional al estado de derecho y a la Justicia y ya hace bastante ésta para que los ciudadanos pierdan su fe en ella. Deberíamos ser todos -por supuesto, los jueces, pero, también los periodistas- mucho más respetuosos con la información y con los lectores. Los periodistas manejamos un material frágil, evanescente, incómodo, peligroso. Tenemos que contar lo que vemos y hacerlo con honestidad. La independencia no existe. El periodismo es un arma fantástica que no debe utilizarse nunca para deformar intencionadamente la realidad.
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Francisco Muro de Iscar