Hubo un tiempo en que Telefónica era una empresa de servicio ejemplar. Trataba bien a los clientes. Los consideraba personas. Creía en ellos. Era amable. Los individualizaba. Los conocía por su nombre. Los entendía… Y eso la hizo grande. Telefónica era la envidia de todas las compañías de teléfonos del mundo. Incluso, cuando se liberalizó la telefonía en España, Telefónica seguía siendo la ‘nuestra’, la de aquí, la de toda la vida, la de nuestros padres, el orgullo de los españoles…Y gracias al cariño y al empuje de todos los españoles, Telefónica empezó a ser una empresa estandarte.
Y creció. Y creció más. Y, tal vez, ese fue su problema. Con el crecimiento, empezó a convertirse en una empresa despersonalizada. Soberbia. Altiva. Ya no era la misma.
Después se internacionalizó. Con dinero nuestro. Con clientes de aquí. Con tecnología de aquí. Pero ya no era nuestra. Ya no era Telefónica. Incluso, le molestó el nombre. Ese nombre de Telefónica era antiguo. Tenía que modernizarse. Y cambió su nombre español por Movistar. Para que no la reconociesen como española. Como esos chicanos que se llaman Pablo pero que, cuando llegan a EEUU, quieren que les llamen Paul. Renegando de sus orígenes. Maldiciendo sus principios.
Y ya los clientes españoles de Movistar no tenían nombres, ahora eran números. Y ya no les atendían personas sino máquinas. Y no creían en ellos. Y no los individualizaba ni los conocía por su nombre. Ni siquiera los entendía… Ahora tenía un departamento comercial que, deshumanizado y agresivo, lo único que buscaba era engañar a esos clientes-números que, cuando era Telefónica, eran personas. Les prometían, por ejemplo, una velocidad en internet y no se la daban nunca. Eran clientes españoles. Alguien despreciable. Aquí ya no se ganaba dinero. Ahora le interesaba más el mundo. Y, ya sin moral, se convirtió en un engendro de hacer favores a los poderosos. Y, como era tan rica, en España pasó a ser el refugio de gente poco deseable con sueldos muy deseables pero que les servían para seguir haciendo dinero gracias a sus influencias. Ya no era Telefónica, ahora era Movistar. Una empresa extranjera más. Sin alma. Sin raíces. Deshumanizada. Y, lo peor de todo, sin palabra.
Extraña paradoja. Movistar que vive de la palabra no tiene palabra.
Cuando la empresa era Telefónica, sus directivos tenían palabra. Y si se comprometían a una cosa, la cumplían. Eran gente de ley. No había que firmar papeles. Bastaba su palabra para que toda la empresa cumpliera lo acordado.
Ahora es Movistar y sus directivos no tienen palabra. Su única obligación es presentar diariamente a sus jefes la cabeza de una empresa pequeña en bandeja de plata. La empresa española que, por algún motivo, no pueda pagar a la poderosa Movistar que se dé por muerta. Ya sólo servirá para que uno de esos directivos sin alma se ponga una medalla con la llave de su puerta.
Pero no quedará todo ahí. Esa pequeña empresa española, después de ser cerrada por no pagar una miseria a Movistar, será amenazada por empresas-buitres subsidiarias que se dedican a perseguir, en plan mafia calabresa, a los autores de semejante delito. Y no digamos si los que pueden pagar son personas-números… Eso sí, ante una institución pública, Movistar se caga y le permitirá que la deuda llegue al infinito.
Pero hay más. Como esos directivos ya no tienen palabra, aunque se comprometan a hacer publicidad en empresas de comunicación, cuando llega la hora de pagar se niegan a ello porque, como ejecutivos sin alma, sólo viven del contrato escrito. Es Movistar. Con M de Monstruo. Y así funciona. Todo por el dividendo a costa de los particulares.
Y, cuando esas empresas a las que se les había prometido publicidad (publicidad que ya han publicado) protestan porque no les han pagado lo que les deben, Movistar pone en marcha a su jauría de perrillos falderos, seudo-periodistas gañoteros y vendidos, para que intoxiquen a la opinión pública con informaciones falsas e inventadas para desprestigiarlas y hundirlas. Es el estilo Movistar. Con M de Monstruo.
Movistar ya no es una empresa española aunque la dirijan españoles. Ya no le interesa el mercado español. España sólo le sirve para que sus directivos hagan prácticas depredadoras y aprendan a ‘matar’. Como los cachorros de las hienas. Los españoles no somos nadie para ella. Ni siquiera le importa que, a cambio, se haya dejado en el camino la admiración de esos españoles. Movistar ya no es aquella empresa de la que nos sentíamos orgullosos. Y, para eso, ya da igual contratar a otras empresas de telefonía.
Yo, desde luego, prefiero Vodafone. Me cambié el verano pasado. No quiero saber nada de Movistar. Ya no es la Telefónica de todos. Ahora sólo es un Monstruo. Pura soberbia.
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Pinocchio