La vida es bastante poliédrica, porque los seres humanos somos muy complejos. Sin embargo, se percibe un porcentaje cada vez mayor de ciudadanos que pretenden simplificarlo todo a una cuestión de izquierdas o de derechas, da lo mismo que se trate de la reforma laboral, del aborto o del carril sólo para bicicletas. Es algo así como si vinieran unos científicos simplistas a decirnos que para evitarnos complicaciones lo mejor fuese prescindir del arco iris y refugiarnos en el blanco y en el negro.
Comprendo que analizar y pensar es mucho más incómodo que manejar el mando a distancia del televisor, pero este reduccionismo intelectual comienza a resultar insoportable. No son precisos conocimientos profundos de sociología para percatarse de la variedad de actitudes y valores bajo los que nos comportamos. Estadísticamente está claro que hay cientos de miles de ciudadanos que han votado a Rajoy que no son creyentes, de la misma manera que existen cientos de miles de votantes del PSOE que tienen profundas dudas de que una mujer, con un embarazo avanzado, después de haber tenido bastante tiempo para pensar y repensar sobre su situación, pueda una mañana acudir a un hospital para que, con cargo a los contribuyentes, le extraigan un feto que ya tiene dedos en las manos y los capolen en la trituradora. He hablado con mucha gente que no cree que en los sucesos del 11M hubiera ninguna conspiración, pero tiene serias dudas de la machacona torpeza y sospechoso ocultamiento de pruebas con que se ha llevado el suceso.
Y los hay de izquierdas y de derechas. Como existen autónomos de izquierda que están de acuerdo con la reforma laboral, y católicos practicantes que piensan que es una exageración. El binomio izquierda-derecha, claro y prístino, sólo cabe en la mente de algún sindicalista que todavía cree en el proletariado, en unos tiempos en que la familia con tres hijos ya se considera familia numerosa.
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Luis del Val