lunes, noviembre 25, 2024
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La “vampira” del Raval

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“Estamos ante una de las criminales más tremendas y crueles de las que se tienen noticia. Movida por un fanatismo vesánico, ha ido matando niños durante diez años para sacarles las grasas y fabricar ungüentos. Es un caso inaudito, monstruoso, del que se hablará muchos años con estupor”. Con estas palabras, Luis Antón del Olmet, uno de los periodistas más prestigiosos de la época, describió en uno de sus reportajes los asesinatos que perpetró Enriqueta Martí, conocida como la Vampira del carrer Ponent –hoy calle Joaquín Costa–, en el conocido barrio barcelonés del Raval, hasta que fue detenida en 1912. Ahora se cumplen 100 años de aquellos cruentos sucesos, pero tal como preconizara el sagaz periodista, el eco de tan sangrientos asesinatos ha perdurado en el tiempo.

Los incidentes, recogidos con una buena dosis de morbo por toda la prensa del momento, convulsionaron a la sociedad española y sembraron de horror las calles de la ciudad condal. La actividad perversa y depravada de la que hizo gala Enriqueta Martí está, con total seguridad, a la altura de los crímenes del famoso Jack el Destripador, aunque la historia no los ha tratado por igual.

Mientras Portela Valladares, gobernador civil del momento, negaba la realidad y trataba de convencer a la sociedad de que “el rumor extendido por Barcelona sobre la desaparición y secuestro de niños y niñas durante los últimos meses era falso”, el brigada Ribot, gracias a unas sospechas vecinales, entraba en casa de Enriqueta Martí Ripollés la mañana del 27 de febrero de 1912, descubriendo a dos de las niñas secuestradas y destapando todo el pastel.

Entonces se comprobó que la detenida tenía antecedentes por corrupción de menores y que ya había sido detenida y procesada tres años atrás por regentar un prostíbulo de menores entre 5 y 16 años de ambos sexos. Finalmente la causa se perdió en los archivos gracias, al parecer, a las presiones de una persona muy influyente y poderosa que vivía en la capital catalana.

Sin embargo, en esta segunda ocasión, la aún mayor gravedad de los descubrimientos hizo que el curso de la historia tomara otro rumbo. Se hallaron numerosos huesos de niños, todos ellos con señales de haber sido expuestos al fuego; en una habitación aparecieron medio centenar de frascos, unos rellenos de sangre coagulada, de manteca hecha de grasas infantiles, de polvos de huesos, de cabellos de niños… Otros, de diversas sustancias con las que realizaba los más variados ungüentos, algunos ya preparados para ser vendidos. Y junto a éstos, un antiguo y apergaminado libro de pócimas misteriosas y un cuaderno, escrito a mano, conteniendo recetas de curanderos para sanar todo tipo de enfermedades. El panorama no podía ser más sórdido, y dio a entender a los médicos e investigadores que el triste final de los niños no había sido otro que el de ser sacrificados para extraer la sangre y la grasa de sus pequeños cuerpos.

La propia Enriqueta Martí acabó por confirmar dichas sospechas en sus declaraciones: había secuestrado a niños y niñas, los había prostituido como objetos de placer para sus degenerados clientes, y luego, los asesinaba para extraerles la sangre, las grasas y el tuétano de los huesos con el fin de elaborar pócimas mágicas, remedios, filtros, emplastos y ungüentos que vendía a sus necesitados y adinerados parroquianos.

Los estragos que causaban la tuberculosis o la sífilis a principios del siglo XX eran devastadores. Por aquel entonces aún no se había descubierto la penicilina y en el rumor popular persistía la creencia ancestral de que el mejor remedio para combatir muchas enfermedades era ingerir sangre humana o la colocación de emplastos de grasa infantil. De hecho, dos años atrás España entera se había estremecido con el conocido Crimen de Gádor, de similar factura a los cometidos por Enriqueta Martí.

Pero además, junto a huesos y frascos, los policías encontraron también un paquete de cartas escritas en lenguaje cifrado y una polémica relación de personas que adquirían algunos de sus pervertidos y aberrantes servicios, una lista de nombres y domicilios entre los que se rumoreaba figuraban grandes personalidades de la sociedad. Nunca llegó a salir ningún nombre, aunque sin duda Enriqueta tenía pensado beneficiarse de su actividad como proxeneta de pedófilos. “Como sé que me subirán al patíbulo, quiero que conmigo suban los demás culpables”. Y ahí estuvo la clave de su oscuro final antes de que llegase a declarar en un juicio que nunca se llegó a celebrar.

Un año y tres meses después de su detención, Enriqueta Martí apareció muerta en el patio de la cárcel tras ser linchada por algunas de las presas. Sin embargo se cree que ya había fallecido envenenada por encargo antes de la teatral paliza, a fin de evitar que llegara a declarar en el juicio. Como es de suponer, nada se pudo probar, y la comprometida lista de nombres desapareció en el aire.

Ha pasado justo un siglo desde entonces, pero como sucede con Jack el Destripador, el recuerdo de los brutales asesinatos se niega a desaparecer. Tal vez por eso y con el ánimo de dar a conocer esta historia, en el teatro del mismo barrio barcelonés donde tuvieron lugar los sórdidos hechos se está representando la obra de teatro musical “La vampira del Raval” que, de manera tragicómica y con tintes de esperpento valleinclanesco, relata la tenebrosa vida de la protagonista. Un excelente trabajo teatral que, si tienen oportunidad, les recomiendo que vayan a ver.

 

David Sentinella

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