Darle una patada a un cojo no es la mejor forma de ayudarle a caminar (huelga general en un país con más de cinco millones de parados), pero no protestar por las circunstancias que agravan la cojera (reforma laboral que lamina salarios y abarata el despido), dejaría a los sindicatos sin discurso ni función. Y en esas estamos. Tengo para mi que los dirigentes sindicales (Fernández Toxo, Méndez) confundieron a Rajoy con Zapatero y pensaban que el gallego no se atrevería a traducir a la Thatcher mandando al BOE una poda de derechos laborales como nunca habíamos conocido. Repito que no está el país para huelgas, pero tampoco puede ser que el Gobierno -el PP durante la campaña electoral habló de reforma laboral, pero no de ésta reforma-, imponga sin negociación alguna una normativa laboral que rompe la equidistancia entre patronos y obreros y se decanta por el empresario. Lo malo de todo esto, huelga general incluida, es que ni la reforma ni el órdago sindical que ha provocado, van a crear nuevos puestos de trabajo. El propio Gobierno admite que éste año se pueden perder otros ¡600.000! puestos de trabajo. La patronal está contenta, muy contenta con la reforma, pero si los bancos no empiezan a librar crédito su alegría durara poco. Quizá Rajoy debería haber empezado por ahí: prioridad y mano dura para proceder al saneamiento de los bancos y cajas de ahorro. Pero no ha sido así y hay que respetar el derecho de todo gobernante a equivocarse. De los gobernantes y de los dirigentes sindicales, porque, siendo verdad que la reforma laboral les ha colocado entre la espada y la pared, no es menos cierto que España no está para huelgas generales. En el Japón, cuando la gente quiere protestar lo hace saber de otra manera: trabajando más y poniendo en evidencia a sus gobernantes. En tiempos de tribulación, habría que saber distinguir entre los fines y los medios.
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Fermín Bocos