Mientras los sirios mueren, los políticos hablan. Koffi Anan ha ido a Damasco y se ha entrevistado con Bachar al Asad. El dictador le ha dicho que la culpa de que más de diez mil personas hayan perdido la vida de manera violenta a manos de tropas regulares del Ejército sirio es «de los terroristas». Lo ha dicho tal cual y se ha quedado tan ancho. Desafía la verdad y la responsabilidad criminal de sus actos porque sabe que la partida que se está jugando en Siria tiene sus jugadores más importantes fuera del país y sus intereses -estratégicos (Rusia), de seguridad de fronteras (Israel), de equilibrio geoestratégico (EE.UU.), de influencia política regional (Irán) y de conformismo de estatus (Liga Árabe)- les enfrentan y neutralizan entre sí.
A los gobiernos de los países árabes vecinos (desde Jordania a Irak pasando por Arabia o los Emiratos) no les conmueven las estadísticas de muertes porque desde el final de la Primera Guerra Mundial, en diferentes momentos de su historia, todos han recurrido a la fuerza para sofocar revueltas o revoluciones. La indiferencia ante las masacres está en la naturaleza de los regímenes autocráticos -que los son todos en aquella región-. Por eso, la Liga Árabe se opone a que intervengan tropas de Naciones Unidas para frenar las matanzas que el régimen de Bachar el Asad está llevando a cabo en Homs y en otros lugares de aquel país. Critican al Gobierno de Damasco pero no quieren poner los medios para detener las matanzas, acabar con el régimen y sentar al dictador en el banquillo del Tribunal de La Haya. No lo hacen porque sentaría un precedente peligroso para algunos de ellos, tan dictadores como el sirio aunque, eso sí, aliados de Occidente. Por eso, mientras los sirios mueren, los políticos se limitan a hablar.
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Fermín Bocos