Contamos los días por casos de corrupción relacionados con el manejo prevaricador, malversador o «distraído» de caudales públicos. Todos los partidos tienen algún dirigente o «empresario amigo» camino de los juzgados o en trance de ser citado. Rara es la comunidad autónoma que se libra y pocos son los ayuntamientos en los que las componendas urbanísticas no hayan dado para algún capítulo del libro grande de la corrupción. Para que nada falte, tenemos también a exministros visitando los tribunales (José Blanco) y a expresidentes de comunidades autónomas que están procesados (Jaume Matas) o lo han estado por asuntos de tráfico de influencias o malversación. Por tener, tenemos en los tribunales hasta a un yerno del Rey. Todos son casos diferentes pero todos tienen un hilo en común: la codicia que lleva a saltarse leyes y normas éticas; codicia que se hincha por la sensación de impunidad que apareja el poder o su cercanía. Por lo publicado, a Urdangarín le bastaba ser quien era para que se le abrieran todas las puertas y algunos de los cajones de las consejerías o ayuntamientos a los que había decidido sablear. En otros casos, a juzgar por las declaraciones de los implicados en los sumarios que vamos conociendo (Caso Campeón, en Galicia; caso «Palma Arena», en Mallorca»; la visita del Papa a Valencia; el caso «Correa», en Madrid; los «ERE» de la Junta de Andalucía; el caso «Palau», en Barcelona; el «Malaya», en Marbella, etc.) los menús se cocinaban a base de «emprendedores» que «tocaban» a cocineros dispuestos a hacer favores a cambio de que el empresario se dejara la mitad en el plato a disposición del político o del partido. Todo ello -digámoslo rápidamente- envuelto en el celofán de la presunción de inocencia. ¡Faltaría más!, aunque, todo hay que decirlo: más presuntos que inocentes, a juzgar por los casos ya juzgados.
En fin, abandonemos toda esperanza de regeneración porque en última instancia, el Gobierno (el anterior, tramitándolo, y el actual, firmándolo), siempre podrá sorprendernos, como hemos conocido esta semana, con el indulto a un par de condenados por casos probados de prevaricación y malversación de caudales públicos (Servitge Roca y Lorenzo Acuña, «Generalitat de Catalunya») .¡Que vergüenza! Y luego nos dirán eso tan alentador de que la ley es igual para todos.
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Fermín Bocos