lunes, noviembre 25, 2024
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La profesora de inglés

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Leo en la prensa que una profesora de inglés en un liceo de Rouen ha pedido a sus alumnos que guardaran un minuto de silencio por Mohamed Merah tras cuestionar las explicaciones policiales sobre la conducta criminal del asesino de siete personas. Lo leo perplejo pero acostumbrado por una cuestión geográfica y de nacionalidad a convivir con el comportamiento mezquino de los que se abstraen del significado real de una matanza y que tratan de teorizar la cuestión social, psicológica, política o ambiental que la rodea. En España hemos asistido a muchas muestras de dicha indecencia. Cuando mataron a Enrique Casas en San Sebastián, en febrero de 1984, fuimos muy pocos a su entierro, la mayoría procedentes de fuera del País Vasco. Entonces aún estaba de moda en determinados círculos decir “algo habrá hecho”. Cuando asesinaron a Iñaki Uría Mendizábal, muchos años después, en diciembre de 2008, la sombra de la miseria humana se manifestó abiertamente en sus compañeros de partida, que siguieron jugando a las cartas reemplazando al asesinado y mientras una manguera limpiaba la sangre en el lugar del crimen.

Así que estamos acostumbrados a ese comportamiento sin moral que mira hacia otro lado cuando lo que hay sobre el tablero no es otra cosa que un ser humano – muchos- muertos por voluntad de un sujeto o de su banda. La profesora de inglés es una mujer enferma, sin más. No hay ideología que permita interpretar la muerte a bocajarro de unos niños con los fundamentos de una sociedad injusta o la desestructuración familiar del criminal. Es una mujer enferma, como enferma ha estado nuestra sociedad hasta que en su día se puso en pie para enfrentarse al terrorismo etarra, más allá de la equidistancia táctica de los nacionalistas “moderados” (como si el crimen fuera un asunto de moderación o radicalidad y no un acto de barbarie). La profesora de inglés es el producto de un mundo en el que nuestra especie ha perdido referencias morales suficientes para afrontar los desatinos de los salvajes y que cree que ante cada acto humano hay que buscar la explicación racional que ha conducido a la fatalidad de los hechos, pensando, sobre todo, que hay una razón “social” que ampara siempre cualquiera de esos crímenes.

Y esto proyectándose en una dimensión mayor sucede de igual modo con el problema afgano. Muchos que se oponen a lo que allí sucede con argumentos de impecable factura social se olvidan de que en Afganistán había un estado que perseguía y sometía a las mujeres, odiaba la cultura, reprimía al pueblo y fabricaba redes de toda índole para distribuir opio por el mundo. Eso ya no cuenta, porque parece, tomando los elementos de uno en uno, que la ocupación en Afganistán es un acto imperialista, una arbitrariedad de EEUU, que nada tiene que ver con la realidad trágica de un gobierno de sujetos envanecidos por un fanatismo criminal de barbas largas como el de Hitler lo era de brazos en alto.

Con esa misma lógica, Merah era una víctima de la pobreza suburbial, un producto de la exclusión social y un yihadista con una visión diferente del mundo de la oficialmente establecida por las sociedades dominadas por el catolicismo y el judaísmo.

Cuidado con la profesora de inglés, encierra en su interior el veneno que dice que todo es susceptible de ser opinable más allá de unas bases éticas y morales que coloquen en planos distintos la falta de empleo, por ejemplo, y el asesinato a sangre fría de un niño pequeño que solamente está arropado por su cartera, sus cuadernos escolares y un balón para jugar al fútbol en el patio de recreo. La profesora de inglés es a Francia lo que el nacionalismo moderado ha sido a nuestro país los últimos cuarenta años. Es lo que pienso. Si no lo creen, pregúntenle al obispo Setién, que es por su conducta ante el terrorismo etarra y por su
condición de pastor de la Iglesia lo que la profesora de inglés, por su condición de educadora, es al terrorismo de Merah. Almas gemelas

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Rafael García Rico

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