En nuestra querida España, y a lo largo de toda la historia, hemos tenido de todo, bueno y malo. En ambas categorías hemos sido campeones del mundo mundial.
En cuestión de Reyes, por ejemplo, tuvimos la mejor, Doña Isabel la española, que además de tenerlos bien puestos, fue católica. El resto de monarcas mejor no comentar pues han dado la talla en maldad. Hemos soportado desde felones, traidores, borrachos, mujeriegos, etc… ¡¡Hombre!!, hemos tenido hasta un rey republicano. ¡¡Hay que joderse!!. En definitiva, toda una saga que solo han servido para sellos postales y, ahora con los E-mails, ni para eso sirven.
¡¡Ay Dios!! Si Isabel la española levantara la cabeza, con lo católica que era, iba a repartir más hostias que el párroco de mi pueblo en Semana Santa.
En cuanto a políticos “buenos” no me puedo olvidar de Adolfo Suárez y pocos más. En cambio de los “malos” mejor no los nombro porque la lista sería infinita y pretendo hacer un artículo breve ya que la indigencia cultural española no está para muchas líneas.
Sobre Constituciones españolas pasa lo mismo, tuvimos una muy buena surgida del pueblo y otra malísima redactada por políticos. Es decir, la decente y la puta.
A la Constitución “buena” se le conoce como La Pepa. Fue promulgada el 19 de marzo de 1812 en Cádiz. Su nombre define perfectamente su espíritu liberal: ¡¡Viva la Pepa!!.
Esta Constitución duró lo que tardó en llegar el “Idiota” de turno al poder. En este caso prometo que no me refiero a Zapatero aunque genéticamente poco se debió diferenciar. Me refiero al imbécil de Fernando VII. Y es que en cada etapa de la historia España ha tenido su idiota particular.
Sobre la Constitución “mala” o indecente no hace falta que diga cual es. Fíjate si es mala que nadie se atreve a nombrarla por su apodo: La Bernarda. Un mote que se ha ganado por meritos propios.
Aunque esta Constitución se redactó en Madrid en 1978, Andalucía también participó aportando dicho sobrenombre.
¿De donde viene este apelativo? Dicen que La Bernarda era una moza natural de un pequeño pueblo al sur de Sevilla. De virgen solo le quedaba su cara angelical y de ello daban buena fe todos los mozos del pueblo. Era morena, hermosa, de piel tersa y suave. Para rematar tal obra divina tenía un par de pechos encaramados hacia el cielo como queriendo encontrar a su creador. Vamos, que eran unas tetas capaces de levantar hasta los ánimos de los hombres más despistados.
Bernarda era dócil, tolerante y no se hizo respetar, por ello no quedó un solo zagal en la aldea que no mancillara, centímetro a centímetro, todo su cuerpo y que no la cubriera por delante y por detrás.
Esos sí, todos sin excepción, le juraron o prometieron fidelidad. Promesas efímeras que duraron mientras sacaban “tajá” para luego abandonarla y mofarse de su tolerancia y bondad.
Tal fue la fama de la joven descocada y de su conejito juguetón que tuvo que abandonar la aldea para nunca más saber de ella. Solo quedó el recuerdo y el sobre nombre del “Coño de la Bernarda”.
A estas alturas supongo que no hace falta que te explique lo bien que define este sobrenombre a nuestra Constitución ultrajada. Una Constitución que de joven era hermosa, dócil y maleable, por ello no quedó ni un solo articulo sin ser mancillado exactamente igual que el coño de la Bernarda.
Esos sí, todos sin excepción le juraron o prometieron fidelidad, y algunos por imperativo legal. Promesas efímeras que duraron mientras sacaban tajá para luego abandonarla y mofarse de su tolerancia y bondad.
¡¡Viva la puta Constitución de España y viva el coño de la Bernarda!!
Así lo pienso y así lo cuento.
Estrella Digital respeta y promueve la libertad de prensa y de expresión. Las opiniones de los columnistas son libres y propias y no tienen que ser necesariamente compartidas por la línea editorial del periódico.
Juan Vicente Santacreu