El pobre Gallardón va de desatino en desatino en su argumentario contra el aborto. En el último alegato, con el verbo florido que le caracteriza no exento de pedantería, tras citar a Azaña, llegó a decir que la libertad de maternidad es «lo que a las mujeres les hace auténticamente mujeres». De lo que se deduce que aquellas hembras de la especie humana que, por dificultades en la gestación o por su libre albedrío, no se reproducen pasan a la categoría de coleóptero, elefanta o lagartija.
Tras tantos años de lucha por conquistar un papel en la sociedad resulta que el destino universal de las mujeres es reproducirse. Si no están despilfarrando su mayor derecho que es la libertad de maternidad. Para el ministro de Justicia de nada ha servido la incorporación de la mujer al mercado laboral, el que haya más chicas jóvenes que consiguen brillantemente su licenciatura universitaria que sus compañeros varones. O se es madre o no se es mujer.
La cosa ya empezó mal cuando mencionó una presunta «violencia estructural» que obligaba a las mujeres a abortar en contra de su voluntad. Ninguna organización feminista, ni médica, ni social, ni sindical ni política había denunciado nunca una presión semejante. Si existe, y al responsable de Justicia debería preocuparle, e incluso provocar todos sus desvelos, la violencia machista. Diez mujeres ha sido asesinadas en los escasos tres meses de 2012 por sus parejas o ex parejas y muchas de ellas habían ejercido su «derecho» a la maternidad sin que esa condición de «mujer, mujer» les haya salvado la vida.
El argumentario tiene, además, un tufillo paternalista y rancio que refleja la falta de respeto que siente Gallardón hacia las mujeres. Consiste en una concepción de las féminas como menores de edad, que necesitan protección estatal hasta para reproducirse, porque su escaso magín les impide defender derechos tan básicos.
A estas alturas del siglo XXI ha tenido que asumir Gallardón la responsabilidad ministerial para desvelar ocultas conjuras contra la maternidad de las que las mujeres, simples seres sin materia gris, no teníamos ni idea. Si conocíamos, por el contrario (aquellas que pese a la «violencia estructural» habíamos tenido el valor de ser madres), las dificultades por la falta de guarderías públicas, la ausencia de protección en el ámbito laboral o las piruetas para compatibilizar vida de trabajo y vida familiar. Parece que, de momento, el ex alcalde de Madrid, de esos temas no habla.
Mientras tanto su colega en el Consejo de Ministros, Ana Mato, va a solicitar el cuarto informe sobre la dispensación sin receta de la píldora del día después. De nada ha servido que asociaciones de ginecólogos desmintieran los riesgos de su ingesta. Necesita un papel que le reafirme en su convicción de que es abortiva y peligrosa.
Al final Gallardón y Mato se han embarcado en una cruzada para conseguir que todas las féminas de este país sean «mujeres, mujeres» y tengan que parir por decreto. Eso sí, para salvarnos.
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Victoria Lafora