El multipartidismo es una reivindicación asociada a los nuevos tiempos de la democracia española. Algunos medios nos inducen a pensar que a un parlamento dotado de mayor número de grupos políticos le corresponde también una mayor representatividad política. Quienes así creen, apuestan por la fragmentación, la división en múltiples ofertas del discurso. A mi no me parece mal, todo lo contrario: me parece bien que haya muchas opiniones sobre cómo debe ser el parlamento – o los parlamentos regionales -. Lo que pasa es que creo que a la fragmentación de la representación en múltiples opciones debería de acompañar también la existencia de opiniones diversas, ideas contrapuestas y proyectos encontrados. Digamos que al envoltorio de la pluralidad debería de acompañar el contenido de las propuestas diferenciadas. Si no, la única verdad es que las mismas ideas dispondrían de franquicias diferentes cuya existencia apenas serviría para justificar la multiplicación, en la misma proporción, de liderazgos ocasionales, aparatos entregados a su causa y ventanillas de cobro para las subvenciones electorales y los sueldos y otros bienes por representación parlamentaria.
Sé que lo que escribo es poco simpático porque, como decía, la moda impulsa la variedad y la entrada multicolor de caras con discursos autónomos. Pero la verdad, la única verdad hasta el momento, podemos descubrirla cuando los beneficiados de la multipapeleta electoral se ven en la obligación de definirse en las grandes cuestiones que no son sólo las cuestiones grandes por su envergadura presupuestaria, también en aquellas otras de menos calado ruidoso pero de importancia extrema para definir algunos parámetros vitales de nuestra sociedad. Me temo que ante ambas circunstancias la única diferencia se muestra en el enfoque del discurso, su acentuación, el uso de la pausa y el maquillaje para el primer plano que todo político vigoroso ansía ver en televisión. Esa es la verdad.
Recuerdo la aparición del CDS: la resurrección del ave fénix que fue Suárez en el año 86 del pasado siglo. Se constituía como esperanza interpuesta ante los partidos que ya resultaban “tradicionales” a los ojos de algunos – cuando en realidad nuestra democracia apenas tenía ocho años de historia- y se superponía al también tradicional discurso ideológico: ni derecha ni izquierda: CDS. El único antecedente en nuestro panorama político estaba en la obra ideológica de José Antonio, que proponía para el país una revolución radical basada en las tradiciones españolas e irguiéndose frente a la decadente democracia liberal que estaba arruinando en aquellos momentos a la nación. Graciosa esa correspondencia entre el exfalangista Suárez – exfalangista de una Falange contaminada por el Franquismo- y José Antonio, el ausente, inventor de la Falange en su estado puro, relativa a la equidistancia entre proyectos. Pero así como José Antonio fue sacrificado y sepultado por los suyos, Suarez lo fue por los propios del CDS que a las puertas del poder se vieron en la ocasión de pillar a todo ritmo y prefirieron los pactos con el PP que aniquilaron a la formación y asentaron a sus dirigentes en los puestos convenientes.
El caso es que, poco a poco, nos recrece el CDS en forma de UPyD, una formación que ayuda a ver el parlamento como un arcoíris multicolor pero que, mucho me temo, no encierra ninguna diferencia con respecto a los grandes partidos de referencia. Más bien creo que es una antesala, un trampolín, una lanzadera edificada en torno al busto dialéctico de doña Rosa y un discurso fabricado por ordenador con los términos que quedan en las rendijas de los discursos de los dos grandes. Eso no es pluralidad sino oportunismo: se refugian los votantes en una oportunidad nueva, con legítima aspiración de cambio pero se aprovechan oportunistamente de ellos los dirigentes de esa fuerza que en realidad lo único a lo que aspiran es a ser como los demás en liza: la misma harina del mismo costal. Buena prueba de ello es la estúpida llamada al gobierno de concentración regional que se propone en Asturias por el único diputado de UPyD, el partido menos votado de todos cuantos configuran la asamblea regional, que al amparo de ser el dirigente de la fuerza menos apoyada propone un gobierno de todos. Como si estuviéramos en un campamento de verano y los integrantes de la misma tienda de campaña se juraran mutua lealtad ante la dureza y la adversidad de su aventura veraniega. Una infantilada, vaya. Y ridícula. Pero es que además es una trampa. ¿No decía la UPyD de marras que siempre dejarían gobernar al partido más votado? Pues ahí está la cosa, que nunca se nos presentan a un mismo tiempo todas las alegrías: si tenemos para gasolina nos falta el coche y viceversa, y si tenemos el diputado decisivo van los del PSOE y ganan las elecciones y hay que darles el voto.
Desde luego, me resulta más interesante Adolfo Suárez cuya efigie incorruptible fue devorada por una banda de codiciosos que aún siguen sentados en la bancada del poder mientras él, en este caso afortunadamente, ha olvidado conocerlos. Y desde luego con José Antonio, porque si ya nos ponemos, pues a veces prefiero una revolución que ponga fin a tanto oportunismo y a tanta alegría multicolor como la del país de la abeja Maya, aunque aquí siempre termine en negro. Negro como nuestro futuro con estos políticos de banana.
Rafael García Rico – Estrella Digital
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Rafael García Rico