Si ha nacido usted antes de los años sesenta tendrá recuerdos muy vivos de cómo eran estos días en su infancia o primera juventud. Para los que tienen la fortuna de haber llegado al mundo después recordaré que, mientras se mantuvo encendida aquella lucecita de El Pardo, la semana de luna llena tras el equinoccio de Primavera, esto es la Semana Santa, era tiempo de penitencia. Y no era para menos: recordar cómo los hombres mataron al Hijo de Dios vivo –eso sí, los judíos, nos aseguraban, habían jugado el papel de verdugos- era para que nos sintiéramos abrumados bajo el peso de la culpa.
Y el nacionalcatolicismo se aplicaba a ello con fruición: cierre de cines y locales de esparcimiento, bailes proscritos, música sacra en las radios y en televisión –que era una, como España, y que no era ni grande, ni libre- programación dominada por actos religiosos, conciertos de música ídem y alguna película que glosara piadosamente la efemérides. Toda la diversión se canalizaba al paso de las procesiones (y, encima, una de las más importantes era “la del silencio”) y en saltarnos el ayuno y la abstinencia prescritas.
Por fortuna, no hay mal que cien años dure –cuarenta ya se nos antojaron demasía- y el cambio de costumbres sustituyó recogimiento por exuberancia de colores y olores procesionales, penitencia por vacaciones;
¿he dicho vacaciones? Bueno, para más de cinco millones de españoles, seguro que no. Solidario con ellos, para el Gobierno de Mariano Rajoy, tampoco. Quizás no se dejen ver en playas y saraos por estética. Hay que reconocer que estaría feo contemplar al ministro de Hacienda, o al de Economía, no digo ya a la ministra de Empleo, acodados en chiringuitos, más o menos lujosos, degustando los productos del mar.
Los tres, como su Presidente, seguro que no pierden ojo a las primas de riesgo, ni oídos a instrucciones y augurios que lleguen de Bruselas o Berlín. Que ya ha dicho Rajoy que las duras medidas puestas en marcha son la única solución para que no nos intervengan. Claro, que ha añadido, que esto ocurre por culpa de Zapatero; por cierto, ¿hasta cuándo Zapatero?
Y ya puesto a preguntar –que no sé para qué, que este lunes tampoco ha admitido preguntas- digo ¿No bastaba con que se pusiera al mando de España un gobierno que diera confianza y no mintiera a los ciudadanos? O era condición necesaria, pero no suficiente, o su gobierno no despierta confianza y miente. La otra explicación, es que nuestra economía dependa y obedezca a las recetas de fuera. Si es así, que se diga, y en las próximas elecciones que nos dejen votar, o no, a Merkel, a Obama, o a quién de verdad mande en nuestras vidas y haciendas. Mientras, practiquemos la penitencia a sabiendas que la resurrección no va ser cuestión de días, sino de muchos, muchos años.
Jaime Olmo Mitre-Estrella Digital
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