Ignoro si Florentino Pérez es cristiano, pero me parece que sí que es del Real Madrid. Una u otra circunstancia, y no digamos una y otra, o sea, las dos, harían particularmente turbadora su decisión de modificar el escudo del club blanco, despojándole de la cruz que remata la corona que figura en la parte superior de dicho emblema. Lo haría, cual se ha podido imaginar rápidamente el lector, por dinero. Según parece, el poderoso magnate quiere construir en Dubai un emporio de lujo y ocio que se llamaría «Real Madrid Resort Island», y no quiere que se le arruine el negocio por mantener en el escudo la cruz, un elemento que, según él, ofuscaría terriblemente a los árabes ricos de la localidad. Así pues, la cruz desaparece, y si mañana Florentino Pérez se mete en negocios con alguien que aborrezca lo redondo, que en éste mundo hay gente para todo, el escudo del Real Madrid se haría cuadrado o triangular, como el del Betis, aunque parece que no hay riesgo de que, por hacerse republicano el caballero, dejara de llamarse Real.
Quien no odia lo redondo, las esferas, es el ingeniero español Benito Muro, un ciudadano en las antípodas del inquieto presidente del Madrid. Antes al contrario, ha inventado una bombilla que, aunque no enteramente esférica como es natural, no se funde nunca, dura toda la vida y ahorra un 92% de consumo eléctrico. Temo por él. Los grandes tiburones de la «obsolescencia programada», es decir, de la fabricación cutre y defectuosa de las cosas para que se estropeen pronto, deben estar ya ideando qué hacer con Benito Muro, si cubrirle de oro a cambio de la patente, para dormirla, o algo peor. Pero el honor y la decencia del inventor español, así personal como profesional, anuncian su resistencia frente a la codicia y a la estupidez, una resistencia tanto más viable si se le echa un cable usando sus bombillas maravillosas, que ya las anuncia y expende, por lo visto, en Internet.
A la sombra chestertoniana de la esfera y la cruz, el imposible diálogo entre antípodas.
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Rafael Torres