Transparencia no es indefensión. La pasión y los beneficios de compartir, en internet, en las redes sociales, en los teléfonos inteligentes, deben hacernos más libres y capaces, no más esclavos. Cuando un gobierno como el británico anuncia un plan para espiar en tiempo real la actividad digital y los correos de los ciudadanos, Gran Hermano acecha. La política del miedo invoca oscuras amenazas –terroristas, económicas, etc.- para aumentar el control del poder. El plan británico choca contra la libertad de los ciudadanos y con el empuje legal para proteger su privacidad en las redes.
El anuncio del gobierno conservador de David Cameron coincide con la entrada en vigor en España de la nueva regulación sobre publicidad y marketing digital que obliga a las empresas a buscar el consentimiento de los usuarios para vigilar su actividad en internet a través de cookies, el código que sirve para identificar su actividad e intereses. Mientras Europa debate el derecho al olvido, la capacidad de los usuarios de limpiar su pasado en las redes, planes como el británico recuerdan las amenazas de una sociedad cada vez más transparente.
Una gran parte de la vida de muchos usuarios se publica en tiempo real. Los nativos digitales exponen y construyen gran parte de su identidad en las redes sociales. No nos recatamos para subir nuestras fotos o geolocalizar nuestros lugares favoritos. Pero la vida publicada no puede confundirse con la vigilancia totalitaria ni con la privatización del espacio público y la identidad en manos de las grandes empresas que controlan nuestros datos, de Google a Facebook.
William Gibson, autor de culto de la ciencia ficción e inventor de la palabra ciberespacio, asegura que su obra se ha convertido en realista cuando la tecnología y la sociedad alcanzan el desarrollo sólo imaginado en sus obras. George Orwell y Philip K. Dick estarían de acuerdo con él. Gran Hermano existe. No sólo uno, su control está privatizado en manos de varias compañías. El gobierno de Cameron intenta emular la prevención del crimen relatada por Dick en Minority Report detectando las amenazas en tiempo real en las redes antes incluso de haberse cometido el delito.
Son los peligros de la paradoja de la transparencia y del control 2.0. Cuanto más compartimos, más necesitamos sostener la privacidad de nuestros datos para decidir cuándo, para qué y con quién. Cuando más transparentes somos, más expuestos al control de empresas y gobiernos con intereses distintos a los del usuario.
Encontrar el equilibrio entre las ventajas de la privacidad compartida, los datos que pagan los servicios de la sociedad de la información, y la relación e independencia entre ciudadanos, gobiernos y empresas, son los objetivos de los derechos digitales, también llamados de cuarta generación. Garantías para una privacidad abierta y transparente, un espacio público más amplio con sostenibilidad económica y democrática en la sociedad de la información.
Como en la vida real, lo determinante es el contexto y los motivos: qué espera lograr cada persona con su exposición y qué está dispuesto a ofrecer a cambio de los contenidos y servicios digitales. Los poderes políticos o económicos no tienen derecho a invadir la privacidad del usuario más allá de donde se está dispuesto a compartir. Lo público es de todos, de los datos del gobierno a las actualizaciones en Twitter, pero la privacidad se expande en las redes, aunque sea cada vez más difícil gestionarla. Por eso necesitamos mejores y más simples herramientas para compartir, no más control ni barreras invasoras.
Juan Varela-Estrella Digital
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