lunes, noviembre 25, 2024
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Madrid Las Vegas

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No es una metáfora. Es un hecho. Y tiene antecedentes. Porque somos un país de pandereta, una sala de fiestas en alquiler, un bazar, un tenderete de mercadería en la plaza los días de feria, un puesto en el Rastro, la postal enviada desde un zoco. Somos una troupe de cómicos viajando por los pueblos de Castilla, anunciando el entretenimiento y el humor para engañar al hambre. Nuestros abuelos se fueron de guerra a Cuba, y volvieron a hacerse la guerra entre ellos. Nuestros padres crecieron entre pieles de naranja y huevos duros. Lo cuenta Camilo José Cela en La Colmena, pero como no caía bien, ya nadie lo recuerda y eso que es un Nobel de literatura. También somos un festival, de envidia, rencor, de mojigatería tanto como de desparrame: no hay medida. Lloramos en el entierro y luego nos vamos de cañas.

Un presidente asturiano fue engañado por unos jetas que le anunciaron la inversión de petrodólares en las cuencas mineras, el incauto lo publicó y acto seguido hubo de dimitir cuando se descubrió el timo. Lo llamaron petromocho, porque también somos graciosos, ingeniosos y rufianes con la desgracia de los vecinos. Y otros espabilados se ofrecieron a construir en los Monegros una ciudad jardín de lujo y juego, pero ya escaldados por las dudas o por las comisiones de bandera, dejaron que la solana nacional no se ensombreciera y se fueron con el cuento a otra parte.

Luego vinieron Port Aventura y el parque de la Warner, que como tenía a Piolín no podía ser engañoso: ambos son hoy una caricatura de nuestras ambiciones y del jabón que nos tragamos cuando un listo nos cuenta una de tiros. Paletos y desgraciados desde que Berlanga nos describió en Bienvenido Mister Marshal, la antología en celuloide del ocaso español.

Como no ganábamos jugando al Monopoly, quisimos hacer realidad el juego convirtiéndolo en nuestro maná al alcance de todos. Y así como unos cuantos chorizos se hicieron grandes con el negocio de los pisos, los demás nos prostituimos traficando con nuestras propiedades VPO como si fuéramos jugadores de Bolsa en el parqué neoyorquino.

Ahora un figurante de Las Vegas, un tipo cuya inteligencia se mide en fajos de billetes, nos propone bajarnos los pantalones y levantar torres, casinos y teatros de variedades entre Alcorcón y Barcelona, y ahí estamos todos con la baba colgando inmersos en un sueño de película, imaginándonos que nuestro gran problema nacional se va por fin al cuerno gracias a la inversión de un trilero de renombre.

España no ha entendido nada, menos aún los españoles y mucho me temo que nada de nada nuestros políticos. Cerrado el negocio de los pisos hemos descubierto la gran oportunidad del juego. Estamos atrapados en nuestro deterioro, tenemos Alzheimer cuando nos referimos al futuro y no distinguimos la arena del agua en los límites de la playa. Estamos atrapados en una red de ignorancia y trapicheo, abrumados por el discurso de los pícaros y entretenidos y lamentándonos de nuestra desdicha sin ser capaces de sobreponernos a los tontos que nos rodean por todos lados.

Investigación, innovación, desarrollo, talento, creatividad, imaginación, esfuerzo, inteligencia y otras muchas parecidas no son más que palabras que evocan una España que nunca será: estamos sometidos al destino que nos perfila una gitana en las puertas de Retiro, y nuestro afán es montar un garito que se llene todas las noches. No sabemos a dónde vamos, pero ya hemos decidió a dónde no llegaremos nunca.

Bienvenido a casa Mister Vegas

Rafael García Rico-Estrella Digital

Estrella Digital respeta y promueve la libertad de prensa y de expresión. Las opiniones de los columnistas son libres y propias y no tienen que ser necesariamente compartidas por la línea editorial del periódico.

Rafael García Rico

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