Han sido los primeros cien días de un presidente del Gobierno más agitados de la historia de la Transición. Ni le han dado, ni se ha dado él mismo un respiro, lo cual era de prever dada la herencia nefasta que recibió y el control permanente al que nos somete la UE, que nos ha puesto en el punto de mira, como en su día lo estuvo Grecia, Portugal e Italia.
Enumerar las importantes medidas que Rajoy ha puesto en marcha y estudiar la hoja de ruta prevista para este año, nos da una idea del esfuerzo titánico que se ha visto obligado a hacer aunque para algunos haya estado repleto de errores, lo cual no es cierto. La ley de Estabilidad Presupuestaria, la reforma laboral, el decreto para garantizar el pago a los proveedores, la reforma del sistema financiero, la modificación del sector energético y unos presupuestos duros, destinados a garantizar la consolidación fiscal y transmitir confianza a los mercados no son una pequeña cosa para 100 días y, desde luego, se puede dar fe de que nadie en el ejecutivo ha estado de brazos cruzados.
Dice Rajoy que estos presupuestos no le gustan, que hubiera preferido ser portador de buenas noticias, en vez de pájaro de mal agüero y le ha caído duras críticas por ello, sobre todos de ese sector de la izquierda que en su día apostó por el optimismo patológico y vender a la sociedad unos brotes verdes que nunca llegaron. Ni a él ni a ningún gobernante en el mundo le gusta decirle a los ciudadanos que deben apretarse el cinturón y pedir sacrificios, casi imposibles, cuando ya no queda apenas nada. Nadie quiere dar malas noticias, pero si se trata de hacer de la necesidad virtud queda el consuelo de que, a medio plazo, las cosas cambien y podamos darnos un respiro.
Sus primeros pasos han tenido que ser firmes y con incumplimientos clamorosos, desde la subida del IRPF, hasta esa odiosa amnistía fiscal que premia a los chorizos de guante blanco. El precio que ha pagado por ello ha sido la Huelga General y la pérdida de Andalucía, lo cual no es moco de pavo y que además es un serio aviso de lo complicada que tendrá la legislatura.
Dicen los miembros del Gobierno que este ha sido un trimestre eminentemente reformista, que se han tomado medidas imprescindibles para evitar el colapso económico y que lo peor no ha llegado, sobre todo en términos de pérdida de empleo con lo que este año no veremos la luz.
Por su parte los socialistas le responden que los presupuestos son nefastos, que encierran mentiras, injusticia social e ineficacia, que ha dado más prioridad a Ángela Merkel que a la soberanía Popular de España y en este vender cada uno la feria según le va, los ciudadanos nos perdemos y volveremos a reclamar grandes pactos, que se entiendan de una puñetera vez y remen juntos. Aquí nadie tiene la fórmula mágica, ni la receta definitiva pero los políticos tampoco parecen tener la sensatez, el coraje y la humildad suficiente. Para decir ¡aquí estoy yo! y cuenta conmigo para que España salga del agujero.
Es pronto, muy pronto, para saber si las iniciativas tomadas por el gobierno darán o no sus frutos porque casi todas necesitan tiempo y un mínimo de recorrido para analizar su rentabilidad, pero la alternativa hubiera sido peor. Se podría, como pide IU, haber dado la espalda a Europa, decirles abiertamente que no cumpliremos el objetivo del déficit, que queremos ser socios de ese club en las maduras, pero no en las duras, pero seguramente eso nos arrastraría al abismo.
Primero tendremos que demostrar que estamos dispuestos a sacar al País de esta y luego, tal vez sea el momento de que pidamos que levanten un poco el pie del acelerador. El problema es que hemos creado tal desconfianza hacia nuestra marca de País, que volver a recuperarla lleva tiempo y solo cuando volvamos a ser fiables podremos pedir algunas concesiones.
A estas alturas no tiene sentido volver a los viejos tópicos de siempre como que la derecha solo quiere beneficiar a los ricos y perjudicar a los pobres o que la izquierda es la única capaz de mantener el estado de bienestar. A los políticos se les juzga por su gestión y ahora sabemos que la de Zapatero fue nefasta y la de Rajoy está por estrenar. Desde luego el panorama es desolador, pero más que palabras queremos hechos aunque esos hechos deben ser pedagógicamente explicados a los ciudadanos, cosa que no se ha hecho. Ese es uno de los principales errores de este Gobierno y si no cambia y se prodiga y mucho por los medios de comunicación, puede ser su gran talón de Aquiles.
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Esther Esteban