Semana de Pasión, pero no sólo para Rajoy, asediado por los mercados, haciendo, o teniendo que hacer, lo que había negado «tres veces antes de que el gallo cantara dos». Semana de Pasión, como casi todas las semanas desde hace demasiado tiempo, para cinco millones de parados y sus familias; para tantos indigentes sin presente ni esperanza; para los privados de libertad; para los pobres y los débiles, para los más desfavorecidos a los que les van a recortar sus derechos y les van a dejar a la intemperie social; para los pensionistas que no llegan a fin de mes; para los inmigrantes sin familia, sin apoyos y sin futuro porque ni siquiera pueden volver a sus lugares de origen; para los inocentes que no van ni siquiera a tener la oportunidad de nacer…
Por todos ellos murió hace más de 2.000 años el Cristo vivo, ese hombre del que destaca, en palabras de Javier Gomá Lanzón, y «con fundamento científico, su ejemplaridad extraordinaria y excepcional, no regateada ni siquiera por los más acreditados anticristianos». Esa «desmesura de ejemplaridad», que apunta el filósofo y erudito, «ese modo tan anómalamente exagerado y radical de vivirla y una combinación tan asombrosa de autoridad y libertad» es lo que da sentido a la Semana Santa de los cristianos para los que estas fechas son las más importantes del año, la conmemoración fundamental de una fe, la expresión de la entrega absoluta y, sobre todo, de la resurrección. Para quienes creemos que si Cristo no hubiera resucitado la vida no tendría sentido, esa fe se debe vivir ahora en plenitud.
Los cristianos -y los que no lo son, pero se han educado en los valores del humanismo cristiano, que son casi todos los que viven como nosotros- deberíamos vivir la vida con esa radicalidad de Jesús de Nazareth, con esa defensa permanente de los hombres, de su integridad. Con esa condena también radical de los cínicos, de los hipócritas, de los fariseos, de los que hacen de la mentira su hábitat natural. Aunque los cristianos caigamos todos los días en la contradicción entre nuestra fe y nuestra práctica, la apuesta tiene que ser por los derechos de los pobres, por los desheredados, por los marginados, por los desfavorecidos.
También por la verdad, por la humildad, por la hermandad, por la solidaridad. No puede haber ni fe ni amor sin obras. Es tiempo de cristianos osados en la lucha contra la pobreza. Es tiempo de denuncia: «no es justo que los pobres paguemos las consecuencias de una crisis que no provocamos» como afirma Valentín Masengo, el obispo congoleño de Kabinda. Es tiempo de «cristianos en serio, no en serie», como dice el nuevo abad de Silos. Es tiempo de verdad y de perdón. Para los cristianos y para los que no lo son. Es la Semana Santa que recuerda la muerte en la cruz, la entrega absoluta del Dios hecho hombre.
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Francisco Muro de Iscar