lunes, noviembre 25, 2024
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Verdades (no confesadas) sobre la amnistía fiscal

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A Cristóbal Montoro se le puso una de esas caras entre el alivio, la expectación y el temor que acompañan a ese pensamiento interno de “Hala, ya lo he soltado”, propio de las declaraciones o confesiones incómodas. Obviamente me refiero a esa parte de la rueda de prensa posterior al consejo de ministros en la que anunciaba el gravamen especial para los patrimonios no declarados, o algún circunloquio perifrástico parecido, es decir, la amnistía fiscal. Una vez que la fiera está suelta, me van a permitir que les cuente una serie de verdades inconfesadas (por inconfesables) en relación con esta cuestión, antes de darles mi opinión sobre la medida en sí (que lo mismo ni se la doy).

Primera: es importante la precisión terminológica. Si me dan a escoger, me decantaría por el del título. Es evidente que está siendo utilizado con toda la carga demagógica por la izquierda que cuando gobernó llevó a cabo dos procesos oficiales y uno o dos más clandestinos similares al que ahora nos anuncian. Pero si somos sinceros esa es la realidad subyacente en la medida anunciada. No vale hablar de “regularización” a secas, porque la posibilidad de regularizar patrimonios no declarados ya existía anteriormente. La diferencia fundamental es que ahora se puede hacer a un coste muy razonable, alrededor de un tercio (de media) del de los procesos individuales de afloramiento admitidos hasta ahora (como el de una conocida familia de banqueros). El gobierno ofrece la posibilidad de legalizar dinero negro casi a precio de saldo, se mire como se mire.

Segunda: las estimaciones recaudatorias del gobierno parecen demasiado optimistas. Como ya hemos comentado que no es la primera vez que ocurre algo así, podemos acudir a las experiencias pasadas y concluir que los volúmenes efectivos de patrimonio aflorado distan de ser tan abultadas. La razón estriba, a mi juicio, en la desconfianza (ellos dirían prudencia) del titular del patrimonio oculto. ¿Y si me incluyen en una lista de los que afloraron, por aquello de que quien tuvo retuvo?¿Y si hay alguna trampa en la letra pequeña y para cuando la lea es demasiado tarde?¿Y si ante la presión de la opinión o por cualquier otra causa dan marcha atrás?¿Y si…? El catálogo de ‘ysis’ se hace infinito y ante la duda, la prudencia aconseja no hacer mudanza. No olvidemos que con frecuencia el titular actual del patrimonio oculto es hijo o nieto de quien lo creó, y por tanto ajeno a la decisión inicial, lo cual hace más difícil que ahora asuma las consecuencias de la contraria, por más que la necesidad le impulse a ello (lo que hace setenta años era un capital para un abuelo no saca de pobres, adecuadamente dividido, a sus doce nietos…).

Tercera: es altamente improbable que sea la ultimísima. En esto las amnistías fiscales se parecen mucho a las regularizaciones de inmigrantes ilegales. El manual de estilo aconseja subrayar el carácter excepcional, puntual e incluso histórico de la medida y poner mucho énfasis en que es realmente la oportunidad de volver al redil de la legalidad. Esta exigencia de guión no puede ocultar suficientemente la realidad. Y del mismo modo que los flujos migratorios desbordan las posibilidades de control de los estados, las razones que llevan a la ocultación del patrimonio son igualmente recurrentes en el tiempo. Podemos despacharnos con todo el catálogo de obviedades oficiales pero resulta incontrovertible que con carácter periódico, entonos los países, en todas las situaciones, bajo todos los regímenes, se generan bolsas de patrimonio oculto. Probablemente tiene mucho que ver con la incertidumbre sobre el futuro que es inherente a la condición humana y que, entre otras cosas, está en la raíz de la ciencia económica desde Adam Smith. Una especie de versión retorcida e ilegal de la cigarra y la hormiga, si lo quieren ver así. La Historia, vista con perspectiva, no quita la razón a quienes consideran que todo lo que hoy es y parece razonable y fiable, mañana puede dejar de ser. Esa es en muchos casos la razón que da origen a los patrimonios ocultos. Y si alguien me quiere acusar de hacer apología del delito fiscal… pues adelante.

Cuarta: las poses farisaicas propias de la ocasión son absolutamente imposibles, por previsibles. La única indignación genuina es la de los abnegados ciudadanos que calculan con las reglas aritméticas básicas la diferencia entre su tipo de gravamen del pasado mes de mayo (y de los anteriores) y ese fantástico 10% que ahora se les aplica a los que dejaron mayo pasar. Las declaraciones airadas de líderes políticos y sindicales quedan en evidencia cuando recordamos que ellos mismos se han visto favorecidos por condonaciones bancarias o por amnistías fiscales de facto, con abultadas deudas tributarias y sociales no ingresadas que no dan lugar a consecuencia alguna. Sus mohines mojigatos son equiparables a la turbación que muestran ante la posibilidad de que Las Vegas aterrice en España mientras se gastan el dinero de los parados en cocaína.

Quinta: la víctima colateral de este desaguisado será de nuevo el abnegado contribuyente. En efecto, el colofón de cuanto hemos expuesto lo dejó claro el ministro el pasado viernes cuando apercibió de la dureza con la que se perseguirá el fraude a partir de ahora, después de que el gobierno haya brindado esta última oportunidad. Este argumento, también recurrente en procesos de esta naturaleza, es el más tramposo de todos. Y es que en realidad lo que ocurre es que para lavar su imagen, el gobierno que instrumenta la amnistía fiscal se ve en la necesidad de presentarse como el campeón de la lucha contra el fraude fiscal. Pero no nos engañemos, las cabezas que clavarán en las picas de esta refriega para su pública exhibición y escarnio no serán la de los defraudadores que no se acogieron a la tan cantada amnistía. Los que engrosarán esa lista de la cuota “levantada” en las inspecciones serán ciudadanos o empresas que se han deducido algún concepto que el fisco considera discutible, o que han aplicado una interpretación de las normas diferente de la predicada por hacienda, o que no conservan un determinado justificante en el formato que la administración considera imprescindible. Poco más o menos, como el hermano del hijo pródigo, que cumplía diligentemente con todos sus deberes y vio como a su hermano el descarriado le daban una fiesta por volver a casa tras haber dilapidado su fortuna…

Llegados a este punto ¿mi opinión sobre la bondad de la medida? Me van a permitir que me la reserve para mí. Ya que la han adoptado deseo (aunque no preveo) que la recaudación sea sustanciosa y que el abnegado contribuyente cumplidor no sea el último pagano.

Juan Carlos Olarra-Estrella Digital

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Juan Carlos Olarra

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