viernes, octubre 4, 2024
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La momia de Evita Perón

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Cuando Evita Perón murió de cáncer, tan joven y tan bella, embalsamaron el cadáver y lo expusieron al homenaje público de una multitud huérfana y dolorida. Profesaban a Evita un cariño y un respeto incomparables. Así comenzó el viaje patético de sus restos mortales por medio mundo. Los milicos, alarmados por el fragor de los acontecimientos, secuestraron el cuerpo momificado de la esposa de Perón y lo escondieron en el chalecito de un militarote sin escrúpulos. Aseguran que todas las noches, sin que lo supiera la familia, bajaba al sótano y visitaba a la fallecida. Repentinamente, una brigada de descamisados asaltó el escondrijo y rescató los restos de la pobre Evita, para escoltarles después a punta de pistola. La milicia nunca logró recuperar el cuerpo, había salido de Argentina con destino a Italia, país hermano donde se enterró etiquetado con una identidad falsa. Descansó en un remoto cementerio italiano hasta que el general Perón, exiliado en España y muy bien instalado en Madrid, ordenó la exhumación y el traslado del sarcófago a su residencia madrileña. Estaban los más íntimos cuando se abrió el ataúd. La sorpresa fue mayúscula: Evita estaba allí, elegante y serena, perfectamente conservada, como si hubiera fallecido unas horas antes. La diosa dormida solo presentaba un golpetazo en la nariz, producto de las peripecias soportadas en su larga travesía. El desperfecto se arregló de inmediato y Evita residió con su marido en la capital de España. Reposa ahora en Buenos Aires, en el cementerio de la Recoleta, ubicado en uno de los barrios más caros y elegantes de la ciudad. Una lápida negra sella su nicho, el más bajo de todos, pegado a la tierra argentina, adornado con una medalla metálica en la que un buen artesano cinceló su imagen. No es difícil encontrar la tumba, basta con sumarse al desfile incesante de peronistas que deambulan hasta ese lugar y que asemejan una Santa Compaña cargada con el pasado y el presente de la República Argentina.

La foto de Eva Perón enmarcó a la presidenta Cristina Fernández en el momento preciso de anunciar el espolio de la participación que Repsol tenía en YPS. En esta proclama se hizo acompañar por un pelotón de aguerridos justicialistas expertos en el jaleo político y en el encauzamiento de las protestas obreras. Ese día se olvidaron de los bombos con los que orquestan las manifestaciones en la Plaza de Mayo. La piratería protagonizada por la señora Fernández es una muestra más de la política redentorista del conglomerado al que pertenece. “Primero la Patria, después el Movimiento, y luego los Hombres”. Así se proclama el peronismo gobernante, en una definición que cobija un populismo sin bridas, el ultranacionalismo acomplejado, el adoctrinamiento demagógico y la confesionalidad cristiana manifiesta. Un ideario tan confuso como práctico, que sirve para algo y lo contrario, y acaba por explicar cualquier decisión. Un peronista, Menem, privatizó la petrolera argentina. Ahí entró Repsol. Pasados los años, los mismos que vendieron la empresa, argentinizaron parte de la propiedad entregándosela a una familia próxima al poder. No pagaron un solo dólar, compraron a cuenta de los beneficios futuros de la compañía. Todo tan contradictorio como sencillo de explicar ojeando el manual del buen peronista. Ahora se nacionaliza expropiando ilegalmente a Repsol y dejando en paz a los otros, y lo que era de los Hombres pasa a ser de la Patria.

Visité Buenos Aires hace poco más de tres años y aproveché el viaje para citarme con Rafael Manzano, un excelente periodista español, director entonces de una cadena de emisoras adquirida por un grupo español de comunicación. Almorzamos en un pequeño restaurante abierto en el barrio de Belgrano, tan de moda en aquellos tiempos y ahora. Aprendí mucho. Me explicó que muchas cosas funcionaban mejor en Buenos Aires desde que aterrizaron allí las multinacionales españolas. Confirmé después que por fin operaban los teléfonos fijos y móviles, y las mejoras de otros servicios esenciales, inoperantes por culpa de la tradicional autarquía. Manzano me contó que la economía real de los argentinos estaba subsidiada por el gobierno: la luz, el agua, el gas, los carburantes, el transporte y muchos productos de los consumidos diariamente. “Cuando falte la plata, todo esto se va a caer de golpe”. Terminada la comida, compramos la prensa y nos sentamos en un cafetín. La foto más llamativa retrataba en todas las portadas una sesión de la Cámara y particularmente la bancada del gobierno. Me fue señalando la cara de varios representantes, todos ellos eran antiguos montoneros y varios culpables y confesos de matanzas terroristas. En el movimiento caben todos, desde la extrema derecha, pasando por los sindicatos incorporados, a los radicales de ultra izquierda.

En aquellos días primaverales muchos argentinos se temían una recaída económica y se preguntaban angustiados como camuflaría el poder tal coyuntura. Ahora ya lo sabemos, primero fue reactivar el interés por las Malvinas y después YPF. Cristina Fernández está empeñada en que Eva Perón, y todo el artificio creado a su sombra, no duerma nunca el sueño eterno de los justos.

Fernando González-Estrella Digital

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Fernando González

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